PALABRAS DE MALA PRENSA: Pederastia, por María Elena Picó Cruzans
Hace un tiempo, animando en clase a mis alumnos a que se atrevieran a “rescatar” alguna palabra de “mala prensa”, uno de ellos me propuso que rescatara la palabra “pederastia”; en cuanto vieron mi cara de asombro, la proposición fue secundada por el grupo inmediatamente. Entonces creí que se estaban vengando de mí por tener la desfachatez de utilizar en mis clases lo que ellos llaman “palabras raras”.
No sé por qué es ahora que me lanzo en
este rescate; no sé por qué diciembre… pero sí sé que cualquier palabra es
digna de ser rescatada ya que, si forma parte de nuestra lengua, forma parte de
nuestra historia, es parte integrante de
nuestra vida, y conforma nuestro ser. Y podemos estar tan implicados en ella
como en otras como rendición, traición, pérdida…, aunque a menudo las dejemos
anudadas. Sin duda, este rescate puede resultar algo difícil teniendo en cuenta
que es una palabra con fuertes connotaciones negativas, que incluso describe un
comportamiento delictivo.
Si retomamos su origen (la Etimología es
a menudo como un hada madrina de las palabras) éste nos remite a la combinación de dos vocablos griegos:
“paidós” (muchacho) y “erastés” (amante). Y de esta manera se hace referencia a
la relación, no siempre sexual, que establecían en la antigua Grecia los
muchachos adolescentes con un adulto como parte de su periodo de formación
educativa, moral y militar. No había, pues, nada deleznable o delictivo en la
palabra; antes al contrario, eran prácticas integradas en la antigua sociedad
griega y que tienen múltiples representaciones artísticas: literarias,
pictóricas y escultóricas. A pesar de que dichas prácticas no tuvieran una
aceptación unánime.
Hasta el S. XIX no se acuñó la palabra
“homosexual” para aludir a la relación sexual entre personas del mismo sexo.
Hasta entonces se utilizaba la palabra “pederasta”. Y es esta acepción la que
varios colectivos sociales solicitan que se revise y elimine de los diccionarios.
Esto supondría revisar también otras palabras como, por ejemplo, “sodomía”, que
ha sido objeto de variaciones en su definición con más o menos actitud
eufemística o camaleónica. Así, en el “Diccionario de uso” de María Moliner en
la edición de 1988 la define como: Relación libidinosa entre personas del mismo
sexo o contraria en cualquier forma a la naturaleza (Y la relaciona con la
perversión sexual), y en la edición de 2000 la define como: 1.- Coito anal. 2.-
Homosexualidad masculina.
“ Un
diccionario debe dar testimonio de los usos de las palabras. Pederasta
es un término culto y clásicamente ha tenido el sentido de homosexual.
Así está atestiguado a lo largo del tiempo en textos literarios. Que
mayoritariamente hoy se imponga el primer significado no quiere decir que el
otro no exista o que sea inadecuado. Casi todas las palabras tienen más de una
acepción y es el contexto el que aclara cuál es la elegida en cada caso. No se
puede cambiar la historia de la lengua porque haya personas que se vayan a
ofender".
Lo
que yo observo es que la diferencia está en el segundo formante lingüístico de
la palabra: “erastés”. Y me pregunto si es quizá la palabra “amante” la causa
de la polémica y el desprestigio. Me pregunto si quizá es a ella a la que
deberíamos rescatar o incluso la palabra “amor”. Y si lo hiciéramos… ¿serían en
la actualidad pederastas los pediatras, los maestros, los pedagogos, los
entrenadores, los curas y catequistas, los militares, agentes de seguridad…?
¿Serían los propios padres? O quizá, para ser realistas, ¿en la actualidad los
pederastas por excelencia serían los abuelos que se encargan (no sé si en la
esclavitud o en la libertad) de llevar y recoger a los niños de la escuela, de
sus actividades extraescolares (que son muchas), de educarles en las normas
cívicas, de enseñarles (sus) valores…?
Es
evidente que esta acepción no es aplicable en este campo porque la palabra
“pederastia” ha sido en algún momento de su historia vital rechazada por oveja
negra. Al igual que lo ha sido la palabra “amante”.
“Cuando
el Hombre Primitivo alcanzó el corazón del bosque, bajó al muchacho de sus
hombros y le dijo: “No volverás a ver a tus padres, pero te quedarás conmigo,
pues me has liberado y me das lástima. Si haces lo que yo te diga, te irá todo
bien. Tengo más oro y tesoros que nadie en este mundo”.
El
Hombre Primitivo preparó al muchacho un lecho de musgo, donde durmió, y a la
mañana siguiente le llevó a una fuente. “¿Ves esta fuente de oro? Es clara y
luminosa como el cristal. Siéntate aquí y presta atención para que no caiga
nada en ella, de lo contrario quedará mancillada. Vendré cada tarde a ver si
has cumplido mis órdenes”.
Recomiendo
la lectura del libro de Robert Bly, “Iron John. Una nueva visión de la
masculinidad”. Aunque en ningún momento utiliza la palabra “pederastia”,
rescata este valor histórico de la palabra como metáfora del proceso de
convertirse en adulto, es decir, el proceso de crecer (sobre todo en el hombre
varón). Cito algunos fragmentos:
“Existe
la convicción generalizada de que todo hombre en una posición de poder o es o
no tardará en ser corrupto y opresivo. Sin embargo, los griegos comprendían y
veneraban una energía masculina positiva en ejercicio de autoridad. La llamaban
energía Zeus, e incluía inteligencia, salud robusta, firmeza compasiva, buena
voluntad, liderazgo generoso. La energía Zeus es la autoridad masculina
aceptada por el bien de la comunidad”. (…)
“La
iniciación de los jóvenes empieza con dos acontecimientos: el primero es una
ruptura en seco con los padres, después de la cual el principiante se retira al
bosque, al desierto o a la condición primitiva. El segundo acontecimiento es la
herida que el hombre mayor inflige al muchacho, que puede ser una marca en la
piel, un corte con una navaja, una raspadura con ortigas, la rotura de un
diente. Pero no debemos suponer que las lesiones las motiva el sadismo. Los
iniciadores de jóvenes de casi todas las culturas procuran que las lesiones que
infligen no produzcan un dolor gratuito, sino que reverberen desde un rico
centro de significado. Un buen ejemplo de ello es una práctica iniciática
seguida por los aborígenes de Australia. Los mayores, tras separar a los
muchachos de la comunidad, les cuentan la historia de Darwalla, el primer
hombre. Los muchachos escuchan atentamente esta historia del hombre original,
su Adán. Resulta que Darwalla está sentado en aquel árbol. Mientras los
muchachos intentan ver a Darwalla en el árbol, un mayor se les acerca y rompe
un diente a cada uno de ellos. El hombre mayor recuerda entonces a los
muchachos que algo similar le ocurrió a Darwalla. Perdió un diente. Durante el
resto de sus vidas, el diente roto será un vínculo vivo con Darwalla. La
mayoría de nosotros renunciaría a un diente por tener un vínculo vivo con Adán.
La
primera adolescencia es el momento tradicionalmente elegido para empezar con la
iniciación, y todos recordamos cuántas lesiones nos hicimos en esa época. La
adolescencia es la época de mayor riesgo para los chicos, y la asunción de esos
riesgos revela asimismo un anhelo de iniciación”.
Superada
la primera fase de conocimiento iniciático, el “héroe” irá alcanzando el
reconocimiento social a sus hazañas, y también “la mano de la princesa” y con
ella el derecho a formar una familia.
Supongamos que conseguimos robar la
llave de debajo de la almohada de la madre y que aliviamos la herida del dedo…
¿Luego qué? ¿Nos iremos con el Hombre Primitivo? Probablemente no. Es probable
que nos pasemos diez años sintiendo el dedo dolorido, y culpando a nuestros
padres y al patriarcado por ello. Probablemente demandaríamos al Hombre
Primitivo por tener una cerradura oxidada, y a nuestra madre por no proteger
mejor su llave. La historia del Hombre Primitivo acaba abruptamente cuando uno
decide que es el Hombre Primitivo (el camino de lo grandioso) o el desamparado
muchacho maltratado (el camino de la decadencia).
La gente dedicada incondicionalmente a
la grandiosidad infantil –el corredor de Wall Street, el arpista New Age- ¿por
qué habría de irse con el Hombre Primitivo? Se imaginan que son ya el Hombre
Primitivo; son lo último en primitivismo, seres capaces de permanecer toda la
noche jugando con sus ordenadores o de pasarse cuatro días enteros pensando en
cosas no contaminantes”.
(Sin
olvidar nunca que, a veces, una mancha tan sólo es una mancha).
Esta
metáfora iniciática, en la que el hombre adulto se convierte en iniciador y
mentor, está presente en los primeros pasos de la palabra “pederastia” en la
antigua Grecia.
Qué
ocurre después para que el “paidagogos” y el “paidiatrós” sean los que se
encarguen del cuidado y de la educación del niño (o del hijo, como explican
otras referencias etimológicas), y el “paidorastés” sea el que abusa o comete
actos inmorales con el niño, lo desconozco. Lo que sabemos es que la palabra
recauda en sus acepciones, de una u otra manera, connotaciones peyorativas.
Como
se ve, he intentado rescatar la “pederastia” de una cárcel muy bien vigilada ya
que tanto una acepción como otra conlleva
el término “abuso” o el término “sexual” o ambos. Quizá como último
recurso nos quedaría apelar al contexto: no tanto como propone (muy
sensatamente) Manuel Seco acercándonos a él, sino más bien, saliéndonos de él,
ampliándolo, para poder ver un poco más allá de lo que nuestros prejuicios nos
dejan otear o nuestras inseguridades nos dejan experimentar. Quizá una manera
de rescatar (con vida) la palabra consista en recuperar su valor etimológico
original, darle un lugar, su lugar concreto en la historia de esta familia, que
es la lengua, aceptarla en todas sus vertientes sin despreciar aquellas que nos
implican en procesos vitales que pueden resultarnos dolorosos. Robert Bly dice
al respecto:
“Así,
pues, la antigua práctica de la iniciación –aún muy viva en nuestra estructura
genética- ofrece una tercera vía entre los dos caminos “naturales” de la
excitación maníaca y la excitación de la víctima. Un mentor o “madre varón”
entra en escena. Tras él hay un ser de intensidad impersonal, que en nuestra
historia es el Hombre Primitivo o Juan de Hierro. El joven investiga o
experimenta su herida –herida paterna, herida materna, herida vergonzosa- en
presencia de su ser iniciador independiente, atemporal y mitológico.
Si
el joven roba la llave y deja que este ser le lleve en hombros tres cosas
cambiarán: la herida, más que un producto de la mala suerte, será vista como un
regalo. En segundo lugar, aparecerá el agua secreta o sagrada, sea lo que sea.
Y, finalmente, de alguna forma la energía del sol penetrará el cuerpo del
hombre”.
PARTICIPACIÓN
En
el artículo de este mes he querido hacer un primer acercamiento a esta palabra
tan denostada. Y en el próximo número de enero continuaré con el rescate. Haz
tus comentarios o propuestas.
Luis Antonio Novella - Diciembre 2011
ResponderEliminar¡Qué ignorante soy!