PALABRAS DE MALA PRENSA: Pederastia, por María Elena Picó Cruzans



Hace un tiempo, animando en clase a mis alumnos a que se atrevieran a “rescatar” alguna palabra de “mala prensa”, uno de ellos me propuso que rescatara la palabra “pederastia”; en cuanto vieron mi cara de asombro, la proposición fue secundada por el grupo inmediatamente. Entonces creí que se estaban vengando de mí por tener la desfachatez de utilizar en mis clases lo que ellos llaman “palabras raras”.
No sé por qué es ahora que me lanzo en este rescate; no sé por qué diciembre… pero sí sé que cualquier palabra es digna de ser rescatada ya que, si forma parte de nuestra lengua, forma parte de nuestra historia, es parte integrante  de nuestra vida, y conforma nuestro ser. Y podemos estar tan implicados en ella como en otras como rendición, traición, pérdida…, aunque a menudo las dejemos anudadas. Sin duda, este rescate puede resultar algo difícil teniendo en cuenta que es una palabra con fuertes connotaciones negativas, que incluso describe un comportamiento delictivo.
“Pederastia” es una palabra con la que a nadie le gusta relacionarse. Ni siquiera a los propios diccionarios les gusta hacerlo. Y no es difícil encontrar diferentes versiones de ella, no sé si en búsqueda de la evidencia o de la complacencia. Manuel Seco en su “Diccionario de uso” la define con dos acepciones: 1.- Relación homosexual de un hombre con niños. 2.- Relación homosexual masculina. En el “Diccionario de la RAE” de la edición de 1984 se define: 1.- Abuso deshonesto cometido contra los niños. 2.- Concúbito entre personas del mismo sexo, o contra el orden natural. Sodomía. El “Diccionario de uso” de María Moliner, en la edición de 2000 la define: 1.- Práctica del pederasta: hombre que comete abuso deshonesto con un niño. 2.- Invertido o sodomita.
Si retomamos su origen (la Etimología es a menudo como un hada madrina de las palabras) éste nos remite  a la combinación de dos vocablos griegos: “paidós” (muchacho) y “erastés” (amante). Y de esta manera se hace referencia a la relación, no siempre sexual, que establecían en la antigua Grecia los muchachos adolescentes con un adulto como parte de su periodo de formación educativa, moral y militar. No había, pues, nada deleznable o delictivo en la palabra; antes al contrario, eran prácticas integradas en la antigua sociedad griega y que tienen múltiples representaciones artísticas: literarias, pictóricas y escultóricas. A pesar de que dichas prácticas no tuvieran una aceptación unánime.
Hasta el S. XIX no se acuñó la palabra “homosexual” para aludir a la relación sexual entre personas del mismo sexo. Hasta entonces se utilizaba la palabra “pederasta”. Y es esta acepción la que varios colectivos sociales solicitan que se revise y elimine de los diccionarios. Esto supondría revisar también otras palabras como, por ejemplo, “sodomía”, que ha sido objeto de variaciones en su definición con más o menos actitud eufemística o camaleónica. Así, en el “Diccionario de uso” de María Moliner en la edición de 1988 la define como: Relación libidinosa entre personas del mismo sexo o contraria en cualquier forma a la naturaleza (Y la relaciona con la perversión sexual), y en la edición de 2000 la define como: 1.- Coito anal. 2.- Homosexualidad masculina.
Como decía antes, el Hada Etimología me echará una mano en este rescate. Afirma Manuel Seco (gramático y lexicógrafo español, miembro de la RAE) en una declaración sobre este tema:

Un diccionario debe dar testimonio de los usos de las palabras. Pederasta es un término culto y clásicamente ha tenido el sentido de homosexual. Así está atestiguado a lo largo del tiempo en textos literarios. Que mayoritariamente hoy se imponga el primer significado no quiere decir que el otro no exista o que sea inadecuado. Casi todas las palabras tienen más de una acepción y es el contexto el que aclara cuál es la elegida en cada caso. No se puede cambiar la historia de la lengua porque haya personas que se vayan a ofender".


También existen otros casos de palabras cuyas acepciones nos presentan opciones muy diferentes (con cierta ironía lingüística) como es la palabra “escatológico”: sus acepciones pueden llevarnos a parajes del más allá o, como dice la RAE, a “las postrimerías de ultratumba” o pueden dejarnos un poco más a ras de suelo junto a los excrementos y otras suciedades. Todo depende del contexto (o no).
La palabra “pederastia” no ha corrido la misma suerte: en ella nos hemos olvidado del contexto y la hemos juzgado por sus vestimentas. Hemos rescatado la dignidad de alguno de sus formantes cultos en otras palabras como “pediatría”,  y “pedagogía”. Curiosamente ambas palabras mantienen en sus significados la etimología del griego antiguo: ambas comparten el formante “paidós” (que etimológicamente significa niño –entre 8 y 12 años- ) al que le sumamos  “iatrós” (médico) o “ágo” (yo conduzco).  Y, curiosamente, ninguna de ella ha tomado connotaciones negativas, antes al contrario; a pesar de que, en su origen, el “paidagogos” era el esclavo que conducía a los chicos a la escuela, y no siempre  los médicos han sido bien considerados en la historia y en la literatura. Una muestra de ello es el “Romance satírico” de Quevedo.



Lo que yo observo es que la diferencia está en el segundo formante lingüístico de la palabra: “erastés”. Y me pregunto si es quizá la palabra “amante” la causa de la polémica y el desprestigio. Me pregunto si quizá es a ella a la que deberíamos rescatar o incluso la palabra “amor”. Y si lo hiciéramos… ¿serían en la actualidad pederastas los pediatras, los maestros, los pedagogos, los entrenadores, los curas y catequistas, los militares, agentes de seguridad…? ¿Serían los propios padres? O quizá, para ser realistas, ¿en la actualidad los pederastas por excelencia serían los abuelos que se encargan (no sé si en la esclavitud o en la libertad) de llevar y recoger a los niños de la escuela, de sus actividades extraescolares (que son muchas), de educarles en las normas cívicas, de enseñarles (sus) valores…?
Es evidente que esta acepción no es aplicable en este campo porque la palabra “pederastia” ha sido en algún momento de su historia vital rechazada por oveja negra. Al igual que lo ha sido la palabra “amante”.
Por otra parte, la pederastia  concebida desde su propio origen, podría haber sido rescatada hace tiempo si se hubiera tomado como metáfora.  Cuando indagamos en la historia de la palabra podemos descubrir que alguna corriente de pensamiento insta a relacionar el modelo de pederastia griego con los ritos de paso a la edad adulta indoeuropeos, que tienen su origen a la vez en las tradiciones chamanísticas neolíticas. En muchas sociedades, el paso de la condición infantil a la adulta se vehicula mediante un rito de paso, la iniciación. En este sentido me remito al artículo de junio “Rendirse”. En él citaba un fragmento del cuento popular “Juan de Hierro”, en el que el adolescente tenía que robar la llave, que estaba bajo la almohada de su madre para liberar al Hombre Primitivo. Este cuento, como otros de la literatura popular, representa metafóricamente el proceso iniciático. En el cuento, el niño, tras robar la llave, acaba marchándose con el Hombre Primitivo (el hombre adulto), que va a ser su maestro, su cuidador, su “amante”.

“Cuando el Hombre Primitivo alcanzó el corazón del bosque, bajó al muchacho de sus hombros y le dijo: “No volverás a ver a tus padres, pero te quedarás conmigo, pues me has liberado y me das lástima. Si haces lo que yo te diga, te irá todo bien. Tengo más oro y tesoros que nadie en este mundo”.
El Hombre Primitivo preparó al muchacho un lecho de musgo, donde durmió, y a la mañana siguiente le llevó a una fuente. “¿Ves esta fuente de oro? Es clara y luminosa como el cristal. Siéntate aquí y presta atención para que no caiga nada en ella, de lo contrario quedará mancillada. Vendré cada tarde a ver si has cumplido mis órdenes”.

Recomiendo la lectura del libro de Robert Bly, “Iron John. Una nueva visión de la masculinidad”. Aunque en ningún momento utiliza la palabra “pederastia”, rescata este valor histórico de la palabra como metáfora del proceso de convertirse en adulto, es decir, el proceso de crecer (sobre todo en el hombre varón). Cito algunos fragmentos:

“Existe la convicción generalizada de que todo hombre en una posición de poder o es o no tardará en ser corrupto y opresivo. Sin embargo, los griegos comprendían y veneraban una energía masculina positiva en ejercicio de autoridad. La llamaban energía Zeus, e incluía inteligencia, salud robusta, firmeza compasiva, buena voluntad, liderazgo generoso. La energía Zeus es la autoridad masculina aceptada por el bien de la comunidad”. (…)
“La iniciación de los jóvenes empieza con dos acontecimientos: el primero es una ruptura en seco con los padres, después de la cual el principiante se retira al bosque, al desierto o a la condición primitiva. El segundo acontecimiento es la herida que el hombre mayor inflige al muchacho, que puede ser una marca en la piel, un corte con una navaja, una raspadura con ortigas, la rotura de un diente. Pero no debemos suponer que las lesiones las motiva el sadismo. Los iniciadores de jóvenes de casi todas las culturas procuran que las lesiones que infligen no produzcan un dolor gratuito, sino que reverberen desde un rico centro de significado. Un buen ejemplo de ello es una práctica iniciática seguida por los aborígenes de Australia. Los mayores, tras separar a los muchachos de la comunidad, les cuentan la historia de Darwalla, el primer hombre. Los muchachos escuchan atentamente esta historia del hombre original, su Adán. Resulta que Darwalla está sentado en aquel árbol. Mientras los muchachos intentan ver a Darwalla en el árbol, un mayor se les acerca y rompe un diente a cada uno de ellos. El hombre mayor recuerda entonces a los muchachos que algo similar le ocurrió a Darwalla. Perdió un diente. Durante el resto de sus vidas, el diente roto será un vínculo vivo con Darwalla. La mayoría de nosotros renunciaría a un diente por tener un vínculo vivo con Adán.
La primera adolescencia es el momento tradicionalmente elegido para empezar con la iniciación, y todos recordamos cuántas lesiones nos hicimos en esa época. La adolescencia es la época de mayor riesgo para los chicos, y la asunción de esos riesgos revela asimismo un anhelo de iniciación”.
Superada la primera fase de conocimiento iniciático, el “héroe” irá alcanzando el reconocimiento social a sus hazañas, y también “la mano de la princesa” y con ella el derecho a formar una familia.
Robert Bly nos recuerda en su libro que no siempre es fácil llegar al final e incluso avanzar en el proceso. Dice, concretamente, que “pocos americanos han pasado, en las últimas décadas, del robo de la llave”. Y que “es esencial para la cultura la recuperación de alguna forma de iniciación, ya que las otras vías tomadas no llevan a buen puerto: una de ella es “el camino de la grandioso, que es el que toman los especuladores de Bolsa, la gente guapa y los propietarios de jets privados; y tenemos el camino de la decadencia, que es el que toman algunos alcohólicos crónicos, las madres solteras por debajo del umbral de la pobreza, los adictos al crack y los bastardos. El entusiasmo y el éxtasis tampoco nos proporcionan la llave. La llave permanece oculta. Un éxtasis temprano –o el entusiasmo generalizado- puede ser, como apunta James Hillman, sólo otra de las formas que tiene la Gran Madre de evitar que el hombre desarrolle disciplina alguna. Si la llave permanece bajo la almohada de la madre, tarde o temprano acabaremos en un centro de tratamiento. Los consejeros y terapeutas harán todo lo posible por liberarnos, pero, por lo general en cuanto se distraen metemos la llave bajo sus almohadas.
Supongamos que conseguimos robar la llave de debajo de la almohada de la madre y que aliviamos la herida del dedo… ¿Luego qué? ¿Nos iremos con el Hombre Primitivo? Probablemente no. Es probable que nos pasemos diez años sintiendo el dedo dolorido, y culpando a nuestros padres y al patriarcado por ello. Probablemente demandaríamos al Hombre Primitivo por tener una cerradura oxidada, y a nuestra madre por no proteger mejor su llave. La historia del Hombre Primitivo acaba abruptamente cuando uno decide que es el Hombre Primitivo (el camino de lo grandioso) o el desamparado muchacho maltratado (el camino de la decadencia).
La gente dedicada incondicionalmente a la grandiosidad infantil –el corredor de Wall Street, el arpista New Age- ¿por qué habría de irse con el Hombre Primitivo? Se imaginan que son ya el Hombre Primitivo; son lo último en primitivismo, seres capaces de permanecer toda la noche jugando con sus ordenadores o de pasarse cuatro días enteros pensando en cosas no contaminantes”.


(Sin olvidar nunca que, a veces, una mancha tan sólo es una mancha).
Esta metáfora iniciática, en la que el hombre adulto se convierte en iniciador y mentor, está presente en los primeros pasos de la palabra “pederastia” en la antigua Grecia.
Qué ocurre después para que el “paidagogos” y el “paidiatrós” sean los que se encarguen del cuidado y de la educación del niño (o del hijo, como explican otras referencias etimológicas), y el “paidorastés” sea el que abusa o comete actos inmorales con el niño, lo desconozco. Lo que sabemos es que la palabra recauda en sus acepciones, de una u otra manera, connotaciones peyorativas.
Como antes comentábamos, varios colectivos sociales presentan indignados sus protestas por la asociación de pederastia con homosexualidad. Y lo cierto es que los gramáticos y lexicógrafos lo tienen complicado  con las palabras que muestran cierta adicción a las connotaciones. De hecho, por ejemplo, la RAE en su versión más actual define la sodomía  a partir de dos acepciones: 1.- La práctica del coito anal. 2.- Relación sexual entre hombres. Por lo que varias cosas deberían cambiar en el diccionario: en primer lugar la relación sexual podría ser entre hombres y entre mujeres; por otro lado, la práctica del coito anal corresponde tanto al ámbito homosexual como al heterosexual. De esta manera cualquier heterosexual, que practique el sexo anal, podría sentirse también ofendido si se le compara con un pederasta (en el diccionario). En fin… un lío tremendo para cualquier lingüista.
Como se ve, he intentado rescatar la “pederastia” de una cárcel muy bien vigilada ya que tanto una acepción como otra conlleva  el término “abuso” o el término “sexual” o ambos. Quizá como último recurso nos quedaría apelar al contexto: no tanto como propone (muy sensatamente) Manuel Seco acercándonos a él, sino más bien, saliéndonos de él, ampliándolo, para poder ver un poco más allá de lo que nuestros prejuicios nos dejan otear o nuestras inseguridades nos dejan experimentar. Quizá una manera de rescatar (con vida) la palabra consista en recuperar su valor etimológico original, darle un lugar, su lugar concreto en la historia de esta familia, que es la lengua, aceptarla en todas sus vertientes sin despreciar aquellas que nos implican en procesos vitales que pueden resultarnos dolorosos. Robert Bly dice al respecto:

“Así, pues, la antigua práctica de la iniciación –aún muy viva en nuestra estructura genética- ofrece una tercera vía entre los dos caminos “naturales” de la excitación maníaca y la excitación de la víctima. Un mentor o “madre varón” entra en escena. Tras él hay un ser de intensidad impersonal, que en nuestra historia es el Hombre Primitivo o Juan de Hierro. El joven investiga o experimenta su herida –herida paterna, herida materna, herida vergonzosa- en presencia de su ser iniciador independiente, atemporal y mitológico.
Si el joven roba la llave y deja que este ser le lleve en hombros tres cosas cambiarán: la herida, más que un producto de la mala suerte, será vista como un regalo. En segundo lugar, aparecerá el agua secreta o sagrada, sea lo que sea. Y, finalmente, de alguna forma la energía del sol penetrará el cuerpo del hombre”.

PARTICIPACIÓN


En el artículo de este mes he querido hacer un primer acercamiento a esta palabra tan denostada. Y en el próximo número de enero continuaré con el rescate. Haz tus comentarios o propuestas.

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