LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: Entremeses, por Ancrugon



Los entremeses o pasos eran unas piezas dramáticas humorísticas en un solo acto que solían representarse en los intermedios de las obras largas. Estaban protagonizados por personajes jocosos representantes de clase baja, que muchas veces se mostraban tipificados y presentados de forma grotesca o exagerada. Estas pequeñas farsas teatrales fueron muy populares en la España del Siglo de Oro, hasta su prohibición en 1780 por los dirigentes políticos de la Ilustración, quienes, guiados por su ideal estético neoclasicista, los prohibieron por su vulgaridad y chabacanería, al mismo tiempo tenían también en contra a la Iglesia, pero en este caso era por cuestiones morales. Con posterioridad, finales del siglo XIX y principios del XX, volvieron a ser reivindicados y representados, pero con el nombre de sainete.

Curiosamente, el término “entremés” procede del catalán desde antes del siglo XV y hace referencia a la gastronomía, como una golosina o manjar entre dos platos más importantes, y así parece que se representaban en la corte catalana, como una especie de broma graciosa o pantomima que tenía lugar en los banquetes palaciegos. De ahí pasaron a incorporarse en los “corrales” donde tenían la función de entretener al público mientras los actores de la obra principal se preparaban para el siguiente acto.

Se puede afirmar que casi todos los dramaturgos de aquella época escribieron entremeses, pero tal vez los títulos más famosos pertenezcan a Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo y Luis Quiñones de Benavente. Aunque el autor que está ligado a sus inicios es Lope de Rueda.

Para inaugurar este nuevo capítulo, comenzaremos con un entremés del inmortal Miguel de Cervantes: “El Retablo de la maravillas.” En él podremos observar como, a pesar del tiempo pasado y de la diferencia de las sociedades, las miserias humanas siguen siendo las mismas y las apariencias priman sobre lo que cada uno es en realidad. El original está escrito en el castellano de la época, pero he permitido hacer algunas pequeñas transcripciones para que se pueda comprender mejor. Espero que os guste.

 
Entremés del Retablo de las maravillas, de Miguel de Cervantes



(Salen CHANFALLA y la CHIRINOS.)

CHANFALLA. No se te olviden, Chirinos, mis advertencias, principalmente las que te he dado para este nuevo embuste, que ha de salir tan luminoso como el pasado del llovista.
CHIRINOS. Chanfalla ilustre, lo que dependa de mi tenlo como de molde; que tanta
memoria tengo como entendimiento, a lo que se junta una voluntad de acertar a
satisfacerte, que excede a las demás potencias; pero dime: ¿de qué te sirve este Rabelín
que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no pudiéramos salir con esta empresa?

CHANFALLA. Le necesitamos como el pan de la boca, para tocar en los espacios que tarden en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.

CHIRINOS. Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín, porque tan desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.

(Entra EL RABELÏN.)

RABELÏN. ¿Se ha de hacer algo en este pueblo, señor Autor? Que ya me muero porque vuestra merced vea que no me tomó a carga cerrada.

CHIRINOS. Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio, cuanto más una carga. Si no sois más gran músico que grande, arreglados estamos.

RABELÏN. Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar en una compañía de partes, por lo chico que soy.

CHANFALLA. Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible. Chirinos, poco a poco estamos ya en el pueblo, y éstos que aquí vienen deben de ser,
como lo son sin duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y afílate la lengua en la piedra de la adulación; pero no te pases en aguda.

(Salen el GOBERNADOR y BENITO REPOLLO, alcalde, JUAN CASTRADO,
el regidor, y PEDRO CAPACHO, escribano.)

CHANFALLA. Beso a vuestras mercedes las manos. ¿Quién de vuestras mercedes es el Gobernador de este pueblo?

GOBERNADOR. Yo soy el Gobernador. ¿Qué es lo que queréis, buen hombre?

CHANFALLA. De tener yo dos onzas de entendimiento, me hubiera dado cuenta de que esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador de este honrado pueblo, que, con nombre tiene de las Algarrobillas.

CHIRINOS. En vida de la señora y de los señoritos, si es que el señor Gobernador los tiene.

CAPACHO. No es casado el señor Gobernador.

CHIRINOS. Para cuando lo sea, que no se perderá nada.

GOBERNADOR. Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?

CHIRINOS. Honrados días viva vuestra merced, que así nos honra. En fin, la encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.

BENITO. Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.

CAPACHO. Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.

BENITO. Siempre quiero decir lo que es mejor, pero las mayor parte de las veces no acierto. En fin, buen hombre, ¿qué queréis?

CHANFALLA. Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las Maravillas. Me han enviado a llamar de la corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mí ida se remediará todo.

GOBERNADOR. ¿Y qué quiere decir Retablo de las Maravillas?

CHANFALLA. Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamado Retablo de las Maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado de estas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.

BENITO. Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas. ¡Y qué! ¿Se llamaba Tontonelo el sabio que el Retablo compuso?

CHIRINOS. Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama que le llegaba la barba a la cintura.

BENITO. Normalmente, los hombres de grandes barbas son sabihondos.

GOBERNADOR. Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de su buen parecer, que esta noche se despose la señora Teresa Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en regocijo de la fiesta, quiero que el señor Montiel muestre en vuestra casa su Retablo.

JUAN. Eso tengo yo por servir al señor Gobemador, con cuyo parecer me convengo, entablo y arrimo, aunque haya otra cosa en contrario.

CHIRINOS. La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, así verán las figuras como por el cerro de Úbeda. ¿Y vuestras mercedes, señores
Justicias, tienen conciencia y alma en esos cuerpos? ¡Bueno sería que viniese esta noche
todo el pueblo a casa del señor Juan Castrado y viese lo contenido en el tal Retablo, y mañana, cuando quisiésemos mostrarle al pueblo, no hubiese alma que lo viese! No, señores; no, señores; ante omnia nos han de pagar lo que fuere justo.

BENITO. Señora Autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona ni ningún Antoño; el señor regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no, el Concejo.
¡Bien conocéis el lugar, por cierto! Aquí, hermana, no aguardamos a que ninguna Antona pague por nosotros.

CAPACHO. ¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da del blanco! No dice la señora Autora que pague ninguna Antona, sino que le paguen adelantado y ante todas cosas, que eso quiere decir ante omnia.

BENITO. Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano. Vos, que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no.

JUAN. Ahora bien, ¿se ha contentar el señor Autor con que yo le dé adelantados media docena de ducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente del pueblo esta noche en mi casa.

CHANFALLA. Estoy contento, porque yo me fío de la diligencia de vuestra merced y de su buen término.

JUAN. Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa y la comodidad que hay en ella para mostrar ese Retablo.

CHANFALLA. Vamos, y no se olviden de las calidades que han de tener los que se atrevan a mirar el maravilloso Retablo.

BENITO. A mi cargo queda eso, y le he de decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengo el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados de mi linaje: ¡miren si veré el tal Retablo!

CAPACHO. Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.

JUAN. No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.

GOBERNADOR. Todo será menester, según voy viendo, señores Alcalde, Regidor y Escribano.

JUAN. Vamos, Autor, y manos a la obra, que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado y de Juana Macha; y no digo más, que estoy bien seguro de que podré ponerme cara a cara y a pie quedo delante del referido retablo.

CHIRINOS. ¡Dios lo haga!

(Entranse JUAN CASTRADO y CHANFALLA.)

GOBERNADOR. Señora Autora, ¿qué poetas se usan ahora en la corte, de fama y rumbo, especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntas y collar de
poeta, y pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se ven las unas a las otras; y estoy aguardando coyuntura para ir a la corte y enriquecer con ellas media docena de autores.

CHIRINOS. A lo que vuestra merced, señor gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabré responder; porque hay tantos que quitan el sol, y todos piensan que son famosos. Los poetas cómicos son los ordinarios y que siempre se usan, y así no hay para
qué nombrarlos. Pero dígame vuestra merced, por su vida: ¿cómo es su buena gracia?
¿Cómo se llama?

GOBERNADOR. A mí, señora Autora, me llaman el Licenciado Gomecillos.

CHIRINOS. ¡Válgame Dios! ¡Y que vuestra merced es el señor Licenciado Gomecillos, el que compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo y Tómale mal de afuera!

GOBERNADOR. Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así fueron mías como del Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y hurte el que quisiere.

(Vuelve CHANFALLA.)

CHANFALLA. Señores, vuestras mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que comenzar.

CHIRINOS. ¿Está ya el dinero in corhona?

CHANFALLA. Y aun entre las telas del corazón.

CHIRINOS. Pues te aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.

CHANFALLA. ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de humor semejante son hechos a la mazacona: gente descuidada, crédula y no nada maliciosa.

BENITO. Vamos, Autor, que me saltan los pies por ver esas maravillas.

(Entran todos.)

(Salen JUANA CASTRADA y TERESA REPOLLA, labradoras: la una como desposada, que es la CASTRADA.)

CASTRADA. Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el Retablo enfrente; y pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del Retablo, no te descuides, que sería una gran desgracia.

TERESA. Ya sabes, Juana Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el Retablo muestre! ¡Por el siglo de mi madre que me sacase los mismos ojos de mi cara si alguna desgracia me
aconteciese! ¡Bonita soy yo para eso!

CASTRADA. Sosiégate, prima, que toda la gente viene.

(Entran el GOBERNADOR, BENITO REPOLLO, JUAN CASTRADO, PEDRO CAPACHO, EL AUTOR y LA AUTORA, y EL MÚSICO, y otra gente del pueblo, y UN SOBRINO de Benito, que ha de ser aquel gentil hombre que baila.)

CHANFALLA. Siéntense todos; el Retablo ha de estar detrás de este repostero, y la Autora también, y aquí el músico.

BENITO. ¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero, que, a cambio de no verle, daré por bien empleado el no oírle.

CHANFALLA. No tiene vuestra merced razón, señor alcalde Re pollo, de hablar así del músico, que en verdad que es muy buen cristiano, e hidalgo de solar conocido.

GOBERNADOR. ¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!

BENITO. De solar, bien podrá ser; mas de sonar, lo dudo.

RABELÏN. ¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante de...!

BENITO. ¡Pues por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros músicos tan...!

GOBERNADOR. Quédese esta razón en el “de” del señor Rabel y en el “tan” del Alcalde, que así podríamos estar hasta el infinito, y el señor Montiel comience su obra.

BENITO. ¡Poca balumba trae este autor para tan gran Retablo!

JUAN. Todo debe de ser de maravillas.

CHANFALLA. ¡Atención, señores, que comienzo! -~Oh tú, quien quiera que fuiste, que fabricaste este Retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas: por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinenti muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón, abrazado con las columnas del templo para derribarlas por el suelo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!

BENITO. ¡Téngase, cuerpo de tal conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de habernos venido a holgar, quedásemos aquí hechos plasta! ¡Téngase, señor Sansón, juro a mis males, que se lo ruegan buenos!.

CAPACHO. ¿Le veis vos, Castrado?

JUAN. ¿Pues no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?

GOBERNADOR. [aparte.] ¡Milagroso caso es éste! Así veo yo a Sansón ahora, como el Gran Turco. Pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.

CHIRINOS. ¡Guárdate, hombre, que sale el mismo toro que mató al ganapán en Salamanca! ¡Échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!

CHANFALLA. ¡Échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, !hú choho!, !húchoho!

(Se echan todos, y se alborotan.)

BENITO. ¡El diablo lleva en el cuerpo el torillo! Sus partes tiene de hosco y de bragado. Si no me tiendo, me lleva de vuelo.

JUAN. Señor Autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas muchachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del toro.

CASTRADA. ¡Y cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus
cuernos, que los tiene agudos como una lesna.

JUAN. No serías tú mi hija si no lo vieras.

GOBERNADOR. [Aparte.] Basta; que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir que lo veo, por la negra honrilla.

CHIRINOS. Esa manada de ratones que allá va, desciende por línea recta de aquellos que se criaron en el arca de Noé; algunos son blancos, otros albarazados, aquellos jaspeados y estos azules; y, finalmente, todo son ratones.

CASTRADA. ¡Jesús! ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por aquella ventana! ¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡Y monta que son pocos! ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan del millar!

REPOLLA. Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno. Un ratón morenico me tiene asida de una rodilla. ¡ Socorro venga del cielo, pues en la tierra me falta!

BENITO. Aun bien que tengo gregüecos: que no hay ratón que se me entre, por pequeño que sea.

CHANFALLA. Esta agua, que con tanta prisa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que da origen y principio al río Jordán. Toda mujer a quien tocare en el rostro, se le volverá como de plata bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.

CASTRADA. ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre; no se moje.

JUAN. Todos nos cubrimos, hija.

BENITO. Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.

CAPACHO. Yo estoy más seco que un esparto.

GOBERNADOR. [Aparte.] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota donde todos se ahogan? ¿A ver si voy  a ser yo bastardo entre tantos legítimos?

BENITO. Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me voy sin ver más figura. ¡Válgate el diablo por músico aduendado, y qué hace de menudear sin cítola y sin son!

RABELÏN. Señor alcalde, no la tome conmigo, que yo toco como Dios ha sido servido de enseñarme.

BENITO. ¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la manta; si no, por Dios que te arroje este banco!

RABELÏN. El diablo creo que me ha traído a este pueblo.

CAPACHO. ¡Fresca es el agua del santo río Jordán! Y aunque me cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.

BENITO. Y aun peor cincuenta veces.

CHIRINOS. Allá van hasta dos docenas de leones rapantes y de osos colmeneros. Todo viviente se guarde, que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de Hércules, con espadas desenvainadas.

JUAN. Ea, señor Autor, ¡cuerpo de nos! ¿Y ahora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?

BENITO. ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señor Autor, o salen figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas, y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un momento.

CASTRADA. Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y recibiremos mucho contento.

JUAN. Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y ahora pides osos y leones?

CASTRADA. Todo lo nuevo place, señor padre.

CHIRINOS. Esa doncella que ahora se muestra tan galana y tan compuesta es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a bailar, verán maravillas.

BENITO. ¡Esta sí, cuerpo del mundo!, que es figura hermosa, apacible y reluciente.
¡Hideputa, y cómo que se mueve la muchacha! - Sobrino Repollo, tú que sabes de
bailes y castañetas, ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.

SOBRINO. Que me place, tío Benito Repollo.

(Tocan la zarabanda.)

CAPACHO. ¡Toma mi abuelo, si es el antiguo baile de la zarabanda y de la chacona!

BENITO. Ea, sobrino, pónselas tiesas a esa bellaca judía. Pero, si ésta es judía, ¿cómo ve estas maravillas?

CHANFALLA. Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde.

(Suena una trompeta o corneta dentro del teatro, y entra UN FURRIER de compañías.)

FURRIER. ¿Quién es aquí el señor Gobernador?

GOBERNADOR. Yo soy. ¿Qué manda vuestra merced?

FURRIER. Que al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós.

(Vase)

BENITO. Yo apostaría que los envía el sabio Tontonelo

CHANFALLA. No hay tal; que ésta en una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas de aquí.

BENITO. Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos, no perdonando al músico; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no se atreva de enviar estos hombres de armas, que le haré dar doscientos azotes en las espaldas, que se vean unos a otros.

CHANFALLA. ¡Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las sabandijas que yo he visto.

CAPACHO. Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.

BENITO. No digo yo que no, señor Pedro Capacho. -¡No toques más músico de entre sueños, que te romperé la cabeza!

(Vuelve el FURRIER.)

FURRIER. Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.

BENITO. ¿Qué, todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, Autor de humos y de embelecos, que me lo habéis de pagar!

CHANFALLA. Sean testigos de que me amenaza el Alcalde.

CHIRINOS. Sean testigos de que dice el Alcalde que, lo que manda Su Majestad, lo manda el sabio Tontonelo.

BENITO. ¡Atontoneleada te vean mis ojos, plaga a Dios Todopoderoso!

GOBERNADOR. Yo para mi tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de ser de burlas.

FURRIER. ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?

JUAN. Bien pudieran ser atontoneleados; como esas cosas que hemos visto aquí. Por vida del Autor, que haga salir otra vez a la doncella Herodias, para que vea este señor lo que nunca ha visto; quizá con esto le convenceremos para que se vaya presto del lugar.

CHANFALLA. Eso en buen hora, y verla aquí a donde vuelve y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude.

SOBRINO. Por mí no quedará, por cierto.

BENITO. ¡Eso sí, sobrino, cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello!

FURRIER. ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué
Tontonelo?

CAPACHO. ¿Luego no ve la doncella herodiana el señor Furrier?

FURRIER. ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?

CAPACHO. Basta: de ex illis es.

GOBERNADOR. De ex illis es, de ex illis es.

JUAN. De ellos es, de ellos el señor Furrier; de ellos es.

FURRIER. ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que, si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta!

CAPACHO. Basta: de ex illis es.

BENITO. Basta: de ellos es, pues no ve nada.

FURRIER. ¡Canalla barretina!: si otra vez me dicen que soy de ellos, no les dejaré hueso sano!

BENITO. Nunca los confesos ni los bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir: de ellos es, de ellos es.

FURRIER. ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad!

(Mete mano a la espada, y acuchillase con todos; y el ALCALDE aporrea al RABELLEJO; y la CHIRINOS descuelga la manta y dice.)

CHIRINOS. El diablo ha sido la trompeta y la venida de los hombres de armas; parece que los llamaron con campanilla.

CHANFALLA. El suceso ha sido extraordinario; la virtud del Retablo se queda en su punto, y mañana lo podemos mostrar el pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el
triunfo de esta batalla, diciendo: ¡Vivan Chirinos y Chanfalla!

FIN




Participación


“El retablo de las maravillas” es la historia de una burla por parte de unos cómicos ambulantes que se ganan la vida con el retablo y la ignorancia de la gente gracias a su equivocada escala de valores basada en la creencia de una superioridad racial y religiosa, como la pureza de sangre del castellano viejo. Llega un momento en que lo absurdo se apodera de la cordura y la realidad es interpretada como parte de la fantasía, de esta manera, cuando llega el furrier todos creen que es parte de la ficción y no obedecen las órdenes del Rey de dar cobijo a sus soldados… Indudablemente Cervantes intenta decir algo…¿ tal vez critica los prejuicios de su época?... ¿El afán de apariencia?...

¿Cómo pensáis que Cervantes, de vivir en nuestra época, habría planteado este entremés?...

Otro trabajito. Hay dos cuentos que tratan el mismo tema que “El retablo de las maravillas”. Uno es del libro “El conde Lucanor”, de Don Juan Manuel y se titula “De lo que aconteció a un rey con los burladores que hicieron el paño”, y el otro es de Hans Christian Andersen, y su título es “El traje nuevo del emperador”, que más abajo os regalo en dibujos animados. Como veis el primero es muy anterior al entremés de Cervantes y el segundo bastante posterior, y de países distintos, pero desarrollan argumentos semejantes.

¿Sabríais decir en que coinciden las tres obras?...



Comentarios

Entradas populares de este blog

LA LETRA Y LA MÚSICA: Hojas de otoño (La hojas muertas), por Ancrugon

LA LETRA Y LA MÚSICA: Castillos en el aire, de Alberto Cortez, por Ancrugon

CLÁSICOS DIVERTIDOS: El fantasma de canterville, de Oscar Wilde, por Ancrugon