MIS AMIGOS LOS LIBROS: "Cinco horas con Mario", de Miguel Delibes, por Ancrugon


Lo normal, por lo menos en mi caso, es que se lea primero un libro y luego ser espectador de su realización en el cine o teatro. Pero, en esta ocasión, mi viaje fue el inverso y llegué a la lectura de “Cinco horas con Mario” tras ver una de sus funciones teatrales, interpretada por la impresionante Lola Herrera.

“Cinco horas con Mario” es una novela del escritor pucelano Miguel Delibes, fallecido el 12 de marzo de 2010, a los 89 años de edad. Su argumento transcurre durante marzo de 1966, cuando la protagonista, Carmen Sotillo, acaba de enviudar a la edad de 44 años. Su marido, Mario, ha muerto de forma repentina y ahora, tras la marcha de familiares y conocidos, se ha quedado ella sola velando el cadáver. Allí, ante el esposo muerto, comienzan a llegarle los recuerdos de su vida en común y da lugar a un monólogo que nos va descubriendo las personalidades y conflictos del matrimonio.

Es importante dejar constancia que la obra está dividida en tres partes: un prólogo, que va entre la esquela que aparece al principio y el núcleo del libro; éste es el monólogo, que está dividido en 27 capítulos, los cuales todos comienzan con una cita de la biblia que Mario escribía a mano en la que tenía de cabecera en su mesilla, y un epílogo.

Carmen Sotillo es una mujer de clase media alta, esposa de un profesor de instituto y hombre bastante intelectual. Mediante su soliloquio, Carmen nos va dando pistas sobre su vida llena de insatisfacciones, una vida monótona y provinciana, sobre la que se extiende el velo de la España franquista y católica. Carmen va repasando toda su vida en común y le reprocha todo aquello que no se atrevió en vida, le echa en cara todas sus frustraciones y sueños rotos, todo durante las cinco horas en las que está velando el cuerpo de Mario.

El monólogo de Carmen está lleno de detalles, de tópicos, de juicios morales que hoy se nos antojan caducos y fuera de lugar, pero que representan fielmente el pensar de una sociedad atenazada por los tabúes, los pecados, el provincianismo y las convenciones.

La voz interior de una mujer sometida por las reglas sociales imperantes en aquel momento, aflora a la superficie y sus palabras manan con toda libertad, allí, delante de su esposo muerto, porque eso jamás se hubiese atrevido a decirlo con él vivo. Es un monólogo, porque nadie puede escucharla, pero, en el fondo, es un diálogo con esa parte frustrada, ahogada, sometida de sí misma que queda representada por el cuerpo sin vida de su marido dentro del ataúd.

Lectura: Capítulo I de Cinco horas con Mario

I

Casa y hacienda, herencia son de los padres, pero una mujer prudente es don de Yavé y en lo que a ti concierne, cariño, supongo que estarás satisfecho, que motivos no te faltan, que aquí, para ínter nos, la vida no te ha tratado tan mal, tú dirás, una mujer sólo para ti, de no mal ver, que con cuatro pesetas ha hecho milagros, no se encuentra a la vuelta de la esquina, desengáñate. Y ahora que empiezan las complicaciones, zas, adiós muy buenas, como la primera noche, ¿recuerdas?, te vas y me dejas sola tirando del carro. Y no es que me queje, entiéndelo bien, que peor están otras, mira Transi, imagínate con tres criaturas, pero me da rabia, la verdad, que te vayas sin reparar en mis desvelos, sin una palabra de agradecimiento, como si todo esto fuese normal y corriente. Los hombres una vez que os echan las bendiciones a descansar, un seguro de fidelidad, como yo digo, claro que eso para vosotros no rige, os largáis de parranda cuando os apetece y sanseacabó, que las mujeres, de sobras lo sabes, somos unas románticas y unas tontas. Y no es que yo vaya a decir ahora que tú hayas sido una cabeza loca, cariño, sólo faltaría, que no quiero ser injusta, pero tampoco pondría una mano en el fuego, ya ves. ¿Desconfianza? Llámalo como quieras, pero lo cierto es que los que presumís de justos sois de cuidado, que el año de la playa bien se te iban las vistillas, querido, que yo recuerdo la pobre mamá que en paz descanse, con aquel ojo clínico que se gastaba, que yo no he visto cosa igual, el mejor hombre debería estar atado, a ver. Mira Encarna, tu cuñada es, ya lo sé, pero desde que murió Elviro ella andaba tras de ti, eso no hay quien me lo saque de la cabeza. Encarna tiene unas ideas muy particulares sobre los deberes de los demás, cariño, y ella se piensa que el hermano menor está obligado a ocupar el puesto del hermano mayor y cosas por el estilo, que aquí, sin que salga de entre nosotros, te diré que, de novios, cada vez que íbamos al cine y la oía cuchichear contigo en la penumbra me llevaban los demonios. Y tú, dale, que era tu cuñada, valiente novedad, a ver quién lo niega, que tú siempre sales por peteneras, con tal de justificar lo injustificable, que para todos encontrabas disculpas menos para mí, ésta es la derecha. Y no es que yo diga o deje de decir, cariño, pero unas veces por fas y otras por nefás, todavía estás por contarme lo que ocurrió entre Encarna y tú el día que ganaste las oposiciones, que a saber qué pito tocaba ella en ese pleito, que en tu carta, bien sobrio, hijo, "Encarna asistió a la votación y luego celebramos juntos el éxito". Pero hay muchas maneras de celebrar, me parece a mí, y tú, que en Fuima, tomando unas cervezas y unas gambas, ya, como si una fuese tonta, como si no conociera a Encarna, menudo torbellino, hijo. ¿Pero es que crees que se me ha olvidado, adoquín, cómo se te arrimaba en el cine estando yo delante? Sí, ya lo sé, éramos solteros entonces, estaría bueno, pero, si mal no recuerdo, llevábamos hablando más de dos años y unas relaciones así son respetables para cualquier mujer, Mario, menos para ella, que, te digo mi verdad, me sacaba de quicio con sus zalemas y sus pamplinas. ¿Crees tú, que, conociéndola, estando tú y ella mano a mano, me voy a tragar que Encarna se conformase con una cerveza y unas gambas? Y no es eso lo que peor llevo, fíjate, que, al fin y al cabo de barro somos, lo que más me duele es tu reserva, "no desconfíes", "Encarna es una buena chica que está aturdida por su desgracia", ya ves, como si una se chupase el dedo, que a lo mejor a otra menos avisada se la das, pero lo que es a mí... Tú viste la escenita de ayer, cariño, ¡qué bochorno!, no irás a decirme que es la reacción normal de una cuñada, que llamó la atención, y yo achicada, a ver, que hasta parecía una mujer sin sentimientos, yo que sé, y Vicente Rojo "sacadla de aquí, está muy afectada", que me puso frita, te lo confieso. Con la mano en el corazón, Mario, ¿es que venía eso a cuento? ¡Si parecía ella la viuda! Me apuesto lo que quieras a que cuando lo de Elviro no llegó a esos extremos, que a saber qué hubiera tenido que hacer yo. Es lo mismo que cuando murió tu padre, Mario, que de siempre lo dije, el caso es ponerme en evidencia, que me dejó en mal lugar, no lo discutas. Para serte sincera, nunca me gustó Encarna, Mario, ni Encarna ni las mujeres de su pelaje, claro que para ti hasta las mujeres de la vida merecen compasión, que yo no sé dónde vamos a llegar, "nadie lo es por gusto; víctimas de la sociedad", me río yo, que los hombres puestos a disculpar resultáis imposibles, porque lo que yo digo, ¿por qué no trabajan? ¿Por qué no se ponen a servir como Dios manda? Que el servicio desaparece no es ninguna novedad, Mario, cariño, y aunque tú salgas con que es buena señal, que buen pelo hemos echado con tus teorías, lo cierto es que cada vez hay más vicio y, hoy en día, hasta las criadas quieren ser señoritas, para que te enteres, que la que no fuma, se pinta las uñas o se pone pantalones, yo qué sé. ¿Crees tú que esto es formalidad? Estas mujeres están destrozando la vida de familia, Mario, así como suena, que yo recuerdo en casa, dos criadas y una señorita para cuatro gatos, que aquello era vivir, que cobrarían dos reales, no lo niego, pero, comidas y vestidas, ¿quieres decirme para qué necesitaban más? Pues bueno era papá para eso: "Julia, ya está bien; deja un poco para que lo prueben también en la cocina".

Entonces existía vida de familia, daba tiempo para todo y, cada uno en su clase, todos contentos. Ahora, tú me ves, aperreada todo el día de Dios, si no estoy entre pucheros, lavando bragas, ya se sabe; que una no puede dividirse y por mucha disposición que tenga, con una criada para siete de familia, a duras penas se puede ser señora. Pero de estas cosas los hombres no os dais cuenta, cariño, que el día que os casáis, compráis una esclava, hacéis vuestro negocio, como yo digo, que los hombres, ya se sabe, no tiene vuelta de hoja, siempre los negocios. ¿Que la mujer trabaja como una burra y no saca un minuto ni para respirar? ¡Allá se las componga! Es su obligación, qué bonito, y no es que te reproche nada, querido, pero me duele que en más de veinte años no hayas tenido una palabra de comprensión. Ya lo sé, tampoco has sido lo que se dice un marido exigente, es cierto, pero con no exigir no basta a veces, ya ves tu hermano Elviro, y no es que yo diga que Elviro, fuese un ideal de hombre, ni hablar, pero tu hermano era de otra pasta, dónde va, tenía detalles. ¿Recuerdas el portamonedas que me regaló la tarde que merendamos juntos en junio del 36? Aún le conservo, fíjate, en la cómoda creo que está, con un montón de trastos, me parece. |Y cómo se puso Encarna! Menuda, creí que le tragaba, palabra, que luego a los tres meses, cuando Elviro murió, bien que la pesaría. Tú hermano era delicado, Mario, y cualquier otro hombre con más arranques, simplemente con que fuera como tenía que ser, hubiera atado a su mujer más corto. Dios me perdone pero desde que los conocí, tengo entre ceja y ceja que Encarna se la pegaba, fíjate, no sé por qué, era mucho temperamento para él. Y conste que no me gusta hacer juicios temerarios, de sobra lo sabes, aunque luego sí, al enviudar, ella iba por ti, eso no hay quien me lo saque de la cabeza, pero con el mayor descaro, ¿eh? Y así me lo jures en cruz, nunca me llegaré a creer que el día de Fuima se conformase con una cerveza y unas gambas, y no por nada, que ya me conoces, que otra cosa no, pero me horroriza dramatizar. Pero, ¿lo quieres más claro? ¿Tú sabes que Valentina ayer, cuando me llevó a un aparte, me dijo, pero como te lo cuento, me dijo: "tu cuñada ni muerto le deja en paz"? ¿Qué te parece? ¿Es que todavía me vas a decir que son figuraciones mías? Porque por mucho que digas de Valen no me vayas a negar que inteligente lo es un rato largo, que no es hablar por hablar, pues ya lo oyes, "ni muerto le deja en paz". Claro que, bien mirado, la tonta fui yo, o no tonta, vete a saber, el caso es que una tiene principios y los principios son sagrados, ya se sabe, que te pones a ver y nada como los principios. ¡Anda que si yo hubiera querido! Con cualquiera, Mario, fíjate bien, con cualquiera. Mira Elíseo San Juan, el de la tintorería, sin ir más lejos, no hay vez, sobre todo si salgo con el suéter azul, quo no se meta conmigo: "qué buena estás, qué buena estás; cada día estás más buena". Ni a sol ni a sombra, hijo, que es ceguera la de este hombre, que ya lleva años, que no es de hoy, y, como ése, otros que me callo, tonto del higo, que aún estoy para gustar, que no soy ningún vejestorio, qué te has creído. Los hombres todavía me miran por la calle, para que lo sepas, Mario, que vives en la luna, "un tipo vulgar ese San Juan", me río yo, cuántas no le harían ascos. Lo que pasa es que una tiene principios aunque hoy en día los principios no sirvan más que de estorbo, en particular cuando los demás no los respetan, que ésa es otra. "Un tipo vulgar ese San Juan", ¿qué te parece? Y luego, a la noche, ni caso, que no he visto hombre más apático, hijo mío, y no es que a mí eso me interese especialmente, que ni frío ni calor, ya me conoces, pero al menos contar conmigo, que los días buenos los desaprovechabas y luego, de repente, zas, el antojo, en los peores días, fíjate, "no seamos mezquinos con Dios", "no mezclemos las matemáticas en esto", qué fácil se dice, que luego la que andaba reventada nueve meses, desmayándose por los rincones era yo, que lo que es tú, con tus clases y tus tertulias tenías bastante, a ver, que así cualquiera. Y ¿quieres más? ¿Es que crees que una es de cartón-piedra, que ni siente ni padece? ¿Es que no te dabas cuenta de mi humillación cada vez que estaba gorda y me negabas? Armando hizo muy requetebién, para que te enteres, nada de que es un bárbaro, lo que pasa es que canta las verdades al lucero del alba, qué es eso de ponerte tú al lado de Esther, por muy intelectual que sea, que Armando estuvo aquel día como las propias rosas, ya ves, "que cada cual cargue con sus responsabilidades". Pero figúrate para mí qué bochorno, todo por puro capricho, porque los días buenos no querías y en los malos, zas, se te antojaba, que eso sí, luego te molestaba hasta mi vientre. ¿Qué culpa tiene una de abultarse así, me lo quieres decir? No, Mario, querido, nada de involuntario, ahora me sales con ésas, te pusiste junto a Esther a ciencia y conciencia, no le demos más vueltas. Es como lo de dormir con los niños, eso, ¿cuántas veces me lo echaste en cara, di? Y ¿qué de particular tiene? ¿No es natural que teniendo tú la primera clase a las once y estando yo bregando desde las nueve, te 0hicieras cargo del pequeñín? Sí, ya sé que son latosos, qué me vas a decir a mí, imagínate, un trago, pero es una cosa por la que hay que pasar, que los hombres a nada, unos mártires, que me gustaría a mí verte dando a luz, una y no más, Santo Tomás, en cuanto lo probases, a ver, como tu cuñada, que tampoco sabía lo que es eso, ella dice que Elviro, adivina. Pero como no lo sabe tiene que inventarlo y soltar la lengua y malmeterte con que si yo abuso de tu paciencia, mira quién fue a hablar, y que si no sé el marido que tengo, como si yo te llevara a la tumba o poco menos. Encarna tiene más conchas que un galápago, Mario, para qué te voy a decir otra cosa, aunque con vosotros, ya se sabe, cuanto más buena se es, peor, que los hombres sois todos unos egoístas y el día que os echan las bendiciones, un seguro de fidelidad, ya podéis dormir tranquilos. Me gustaría veros con una mujer sin principios, un poco ligera de cascos, ya te digo desde aquí que andaríais con más ojo, lógico, por la cuenta que os tiene, a ver.


EL AUTOR. Miguel Delibes Setién


Miguel Delibes nació en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Fue el tercero de ocho hermanos. Su apellido Delibes es de origen francés, pues su abuelo paterno era de Toulouse y hermano del compositor francés Léo Delibes, autor, entre otras obras, de los ballets Sylvia y Coppélia. 

A los 21 años comenzó como caricaturista en el diario vallisoletano El Norte de Castilla, donde pronto se daría a conocer como periodista. Con su primera novela, “La sombra del ciprés es alargada”, recibió el Premio Nadal y comenzó su carrera de novelista. Su apogeo literario le llega en la década de los años 60, cuando publica obras tan representativas como “Las ratas” o “El camino” y, como no, “Cinco horas con Mario”.

En 1973 fue elegido miembro de la Real Academia Española. En 1981 publica “Los santos inocentes”, tal vez su obra más conocida, y en 1998, au última gran obra, “El hereje”. La muerte le llegó a Delibes en su ciudad natal, una mañana del mes de marzo de 2010, dejando tras de sí una gran carrera como autor literario repleta de premios y reconocimientos, pero lo más importante, llena de personajes humanos y llenos de vida que le harán eterno.


HOMENAJE a Delibes





“Cinco horas con Mario” en el TEATRO.


Cinco horas con Mario” se estrenó el 26 de noviembre de 1979 en el Teatro Marquina de Madrid. En aquella ocasión, si exceptuamos a Lola Herrera, quien ya era una actriz encumbrada, el resto eran debutantes: para Delibes suponía su primera obra de teatro; José Samano, debutaba en la producción; en la escenografía lo hacía Rafael Palmero y Luis Eduardo Aute componía, por primera vez, música para la escena.

En esta primera etapa, la obra llegó a representarse durante diez años y supuso la consagración de Lola Herrera como actriz teatral. Años después volvió la obra a escenificarse, con una Herrera más madura. Y en la actualidad ha vuelto a los escenarios con la actriz Natalia Millán

La obra dramática comienza cuando Carmen se ha quedado sola e inicia su conversación con el recuerdo, sin embargo, sí que aparece la esquela proyectada sobre el fondo del escenario y se escucha la canción de Luis Eduardo Aute “La mala muerte”:



Muerte paranoica, estrecha, entrometida

Muerte que no mueres, en tanto que haya vida.
Muerte parto inverso, partida mal parida
Mala muerte tengas ¡ay!...
ay muerte de mi vida.

Muerte engalanada con cuentos de otra vida
Muerte mueca torpe de inútil homicida
Muerte yo te escupo, que el diablo te bendiga
Mala muerte tengas ¡ay!..
ay muerte de mi vida.

Muerte gula eterna, te invito a mi comida
Muerte hambrienta esposa, mi carne esta servida
Muerte boca sucia, devórame bonita
Mala muerte tengas, ¡ay!...
ay muerte de mi vida.


Como es lógico, en el paso de la novela a el teatro la obra ha sufrido diversas transformaciones, por ejemplo su duración, pues se ha tenido que resumir y concentrar bastante en lo esencial, así pues se suprimen todos los comentarios del narrador y el resto de personajes que aparecen en la novela son aquí sustituidos por voces en off, otra cosa que se suprime son las citas bíblicas de Mario y sólo una vez Carmen hace referencia a ella: "Que tú, mucha Biblia, mucha Biblia, y luego hay que ver las cosas que escribías, hijo" En la obra teatral los temas se van enlazando unos con otros y no se dividen en capítulos, por ello es necesario algunos descansos que rompan el hilo y se consiguen con frases como: "¿Es que tanto esfuerzo...? ¿Dónde habré puesto mis gafas?... Otro procedimiento dramático es la actualización, pues mientras la novela está narrada en pretérito, en el teatro Carmen habla en presente.


Cinco horas con Mario. NATALIA MILLÁN




“Cinco horas con Mario” en el CINE.


En el año 1981, Josefina Molina rodó la película “Función de noche”, basada en la novela de Miguel Delibes “Cinco horas con Mario.” Para los papeles más importantes escogió a la misma Lola Herrera y Daniel Dicenta. 

Rodada a medias entre el documental y el drama, en esta película es difícil distinguir entre lo que es real y lo que es ficción, pues las escenas principales se sitúan dentro del camerino de Lola, quien va explicando los sentimientos de su personaje y los va haciendo extensivos a los suyos propios hacia su marido muerto, del que se había separado quince años atrás y que aparece sentado en el mismo camerino.

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