LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: El Lazarillo de Tormes, por Ancrugon
“El Lazarillo de Tormes”, realmente
titulada “La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”, es
una novela española del siglo XVI, del género de picaresca, cuyo autor es desconocido. Está escrita en primera persona
y como si fuera una larga carta, lo que se llama estilo epistolar, donde el
protagonista, Lázaro, cuenta toda su vida, desde su nacimiento hasta su
matrimonio, en la que pasa un sinfín de penurias a las órdenes de diversos amos,
los cuales representan distintos estamentos de la sociedad española
contemporánea, lo que le llevó a ser prohibida por la Inquisición.
Lázaro nos
cuenta, a lo largo de los siete tratados de que se compone la novela, su vida miserable: es hijo de una lavandera y
un ladrón, quien muere siendo el muy niño. Como no puede mantenerlo, su madre
se lo entrega a un ciego para que le acompañe y le haga de criado, pero éste lo
maltrata y Lázaro lo abandona. Después servirá a diferentes personajes: un avariento
clérigo, un escudero hambriento, un fraile, un alguacil… Finalmente se casa con
la criada de un capellán, la cual le es infiel, pero que le consigue un oficio
de pregonero.
La temática es
moral y quiere denunciar, mediante la ironía, la burla y el humor, diversas
miserias humanas, como el falso sentido del honor, la hipocresía, la mala
utilización de la fe religiosa… En este libro se plantea una sociedad donde
cada uno se busca la vida por su cuenta, donde cada persona es un depredador
del resto y donde es más importante la apariencia que el contenido…
A pesar de ser
una novela con una visión desencantada de la vida, propia del humanismo de la
época, está repleta de situaciones humorísticas que le dan una lectura fácil e
interesante.
Veamos un ejemplo:
(…)
Pues estando
yo en tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de
perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa vivienda
no durase. Y fue, como el año en esta tierra fuese estéril de pan, acordaron el
Ayuntamiento que todos los pobres extranjeros se fuesen de la ciudad, con
pregón que el que de allí adelante topasen fuese punido con azotes. Y así,
ejecutando la ley, desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una
procesión de pobres azotando por las cuatro calles. Lo cual me puso tan gran
espanto, que nunca osé desmandarme a demandar.
Aquí viera,
quien verlo pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los
moradores, tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado, ni
hablaba palabra. A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón,
que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y
conocimiento. Que de la lacería que les traían me daban alguna cosilla, con la
cual muy pasado me pasaba.
Y no tenía
tanta lastima de mí como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el
bocado que comió. A lo menos, en casa bien lo estuvimos sin comer. No sé yo
cómo o donde andaba y qué comía. ¡Y verle venir a mediodía la calle abajo con
estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta!
Y por lo que
toca a su negra que dicen honra, tomaba una paja de las que aun asaz no había
en casa, y salía a la puerta escarbando los dientes que nada entre sí tenían,
quejándose todavía de aquel mal solar diciendo:
“Malo está de
ver, que la desdicha desta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste,
oscura. Mientras aquí estuviéremos, hemos de padecer. Ya deseo que se acabe
este mes por salir de ella.”
Pues, estando
en esta afligida y hambrienta persecución un día, no sé por cual dicha o
ventura, en el pobre poder de mi amo entró un real. Con el cual él vino a casa
tan ufano como si tuviera el tesoro de Venecia; y con gesto muy alegre y risueño
me lo dio, diciendo:
“Toma, Lázaro,
que Dios ya va abriendo su mano. Ve a la plaza y merca pan y vino y carne:
¡quebremos el ojo al diablo! Y más, te hago saber, porque te huelgues, que he
alquilado otra casa, y en ésta desastrada no hemos de estar más de en
cumplimiento el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja,
que con mal en ella entré! Por Nuestro Señor, cuanto ha que en ella vivo, gota
de vino ni bocado de carne no he comido, ni he habido descanso ninguno; mas
¡tal vista tiene y tal obscuridad y tristeza! Ve y ven presto, y comamos hoy
como condes.”
Tomo mi real y
jarro y a los pies dándoles priesa, comienzo a subir mi calle encaminando mis
pasos para la plaza muy contento y alegre. Mas ¿qué me aprovecha si está
constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra? Y así
fue éste. Porque yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que emplearía
que fuese mejor y mas provechosamente gastado, dando infinitas gracias a Dios
que a mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto,
que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas andas traían.
Arriméme a la
pared por darles lugar, y desque el cuerpo pasó, venían luego a par del lecho
una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas
mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo:
“Marido y
señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa
lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben!”
Yo que aquello
oí, juntóseme el cielo con la tierra, y dije:
“¡Oh
desdichado de mí! Para mi casa llevan este muerto.”
Dejo el camino
que llevaba y hendí por medio de la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo
el más correr que pude para mi casa. Y entrando en ella cierro a grande priesa,
invocando el auxilio y favor de mi amo, abrazándome de él, que me venga a
ayudar y a defender la entrada. El cual, algo alterado, pensando que fuese otra
cosa, me dijo:
“¿Qué es eso,
mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?”
“¡Oh señor
-dije yo- acuda aquí, que nos traen acá un muerto!”
“¿Como así?”,
respondió él.
“Aquí arriba lo encontré, y venía diciendo su
mujer: “Marido y señor mío, ¿adonde os llevan? ¡A la casa lóbrega y obscura, a
la casa triste y desdichada, a la casa donde nunca comen ni beben! Acá, señor,
nos le traen.”
Y ciertamente,
cuando mi amo esto oyó, aunque no tenía por qué estar muy risueño, rió tanto
que muy gran rato estuvo sin poder hablar. En este tiempo tenía ya yo echada la
aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente
con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa. Y
después fue ya más harto de reír que de comer, el bueno de mi amo díjome:
“Verdad es,
Lázaro; según la viuda lo va diciendo, tú tuviste razón de pensar lo que
pensaste; mas, pues Dios lo ha hecho mejor y pasan adelante, abre, abre, y ve
por de comer.”
“Déjalos,
señor, acaben de pasar la calle”, dije yo.
Al fín vino mi
amo a la puerta de la calle, y ábrela esforzándome, que bien era menester,
según el miedo y alteración, y me torno a encaminar. Mas aunque comimos bien
aquel día, maldito el gusto yo tomaba en ello. Ni en aquellos tres días torné
en mi color; y mi amo muy risueño todas las veces que se le acordaba aquella mi
consideración.
De esta manera
estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en todos
deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra. Porque desde
el primer día que con él me asenté, le conocí ser extranjero, por el poco
conocimiento y trato que con los naturales della tenía.
(…)
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-vida-de-lazarillo-de-tormes-y-de-sus-fortunas-y-adversidades--0/html/fedb2f54-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_ |
La picaresca, como género
literario, surge en la España del siglo XVI con la intención de criticar una
situación miserable de gran parte de la población.
El reino dominaba un gran
imperio, sin embargo, y a causa de las continuas guerras por mantener la
hegemonía europea y para conquistar el continente americano, provoca que el
país se empobrezca y se multipliquen los desarrapados e inválidos. Eso, unido a
la gran cantidad de hombres que abandonaban el campo para ingresar en los
tercios de su Majestad y la inmensa cantidad de títulos nobiliarios de toda
índole que se habían repartido por doquier en tantos años de contiendas, hace
que también aumente la cantidad de soldados, pendencieros, aventureros,
holgazanes y ladrones, quienes despreciaban el trabajo por considerarlo
humillante.
Dentro de este ambiente
surge la imagen del pícaro, un ser astuto, siempre en guardia y que nos se fía
de nadie. Roba, sí, pero para subsistir, no por codicia. Suele ser una persona
joven, en el caso del Lazarillo es un niño, que está marginado de la sociedad y
que suele trabajar como criado de diferentes personas representantes de
distintos estamentos sociales.
Es el antihéroe, o un
héroe al revés, que sorprendió bastante a los lectores de la época
acostumbrados a que los protagonistas de las historias fueran personas nobles,
valientes y llenas de cualidades.
Veamos otro ejemplo:
(…)
Usaba poner cabe sí un
jarrillo de vino, cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de
besos callados, y tornábale a su lugar. Mas duróme poco, que en los tragos
conocía la falta y, por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el
jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así
atrajese a sí como yo con una paja larga de centeno que para aquel menester
tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino, lo
dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan astuto, pienso que me
sintió, y dende en adelante mudó propósito y asentaba su jarro entre las
piernas y tapábale con la mano, y así bebía seguro.
Yo, que estaba hecho al vino, moría por él,
y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el
suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y delicadamente, con
una delgada tortilla de cera, taparlo. Y al tiempo de comer, fingiendo haber
frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la
pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor de ella, luego derretida la cera,
por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo
de tal manera ponía, que maldita la gota que se perdía. Cuando el pobreto iba a
beber, no hallaba nada.
Espantábase, maldecíase, daba al diablo el
jarro y el vino, no sabiendo qué podía ser.
-No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-,
pues no le quitáis de la mano.
Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que
halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera
sentido.
Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi
jarro como solía, no pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego
me sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi
cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el
sabroso licor, sintió el desesperado ciego que ahora tenía tiempo de tomar de
mí venganza, y con todas sus fuerzas alzando con dos manos aquel dulce y amargo
jarro, lo dejó caer sobre mi boca ayudándose, como digo, con todo su poder, de
manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras
veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con
todo lo que en él hay, me había caído encima.
Fue tal el golpecillo que me desatinó y sacó
el sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por
la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los
cuales hasta hoy me quedé.
Desde aquella hora quise mal al mal ciego y,
aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel
castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho,
y, sonriéndose decía:
-¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó
te sana y da salud.
Así pues, se puede afirmar que la
picaresca es un género originariamente español, que comenzó con la novela de “El Lazarillo”, de autoría desconocida,
aunque algunos estudiosos se la adjudiquen al escritor Diego Hurtado de
Mendoza, y que posteriormente tuvo bastantes seguidores entre nuestras letras,
como Mateo Alemán con su “Guamán de
Alfarache”, Francisco de Quevedo con “La
vida del Buscón”, Francisco López de Úbeda con “La pícara Justina” o Vicente Espinel con su “Vida del escudero Marcos de Obregón”. Más tarde se extendió por
toda Europa donde también se escribieron novelas picarescas de gran éxito.
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