EL DIARIO DE ANA: La pieza del puzle, por Ana L.C.


Hace tiempo, bastante, aunque con la forma relativa en que nos empeñamos en vivirlo, parece que fue ayer, tuve un compañero en el instituto que, sin pretenderlo y sin saber cómo, llegó a ser mi confidente y el mejor amigo que he tenido nunca.

Luis era un chaval alegre y con unas enormes ganas de vivir. Luis siempre tenía los trabajos hechos, los exámenes preparados, las notas altas y, encima, sacaba tiempo para echarme una mano en todo esto, porque yo sólo pensaba en pasármelo bien.

Luis tenía muchos amigos, porque era como una oreja gigante y un hombro enorme donde depositar nuestros problemas y descansar nuestras lágrimas de adolescentes. Y lo mejor, Luis nunca tenía abrumadores conflictos con los que aburrirnos a los demás.

Luis nació con una parálisis cerebral que le dejó sentado sobre unas ruedas para el resto de su vida, pero muchas veces era él quien empujaba nuestras sillas para que siguiéramos adelante.

Los años pasaron y nuestra amistad creció. Yo no sabía hacer nada sin consultar a Luis, pero no me di cuenta que Luis no sabía vivir sin mi presencia… Y un día, sin más, ¡pero cuanto debió costarle!, me lo dijo: “Ana, yo te quiero.” Yo simplemente me ajusté al guión que hay establecido para tales casos: “Yo también te quiero, Luis, tú eres mi mejor amigo.” … Pero Luis ya no hablaba de amistad… Y yo dejé de verle…

La semana pasada recibí una llamada telefónica, era su madre: Luis había muerto.

Leucemia, dijo… ¿Qué más da?... Quería que fuera a su casa porque tenía algo que darme… Hacia siete años que no había vuelto a saber nada de él…

Al llegar a su casa, no me atrevía a entrar, pero lo hice. Lloré como una colegiala, a moco tendido, pero me abrumó la entereza y la tranquilidad de aquella mujer. Sobre la mesa tenía un sobre cerrado con el que jugueteaba todo el rato, supuse que eso era lo que iba a darme, pero lo mantenía alejado de mí.

“¿Por qué dejaste de verlo?” Me espetó a bocajarro en un descanso de mis gimoteos. “No quería hacerle daño.” Ella sonrió con la sonrisa más triste que jamás he visto. “Yo no podía darle lo que él quería y era mejor que me olvidara.” Añadí. “Te equivocas, cariño, nunca se olvida a alguien que has querido, simplemente te acostumbras a vivir sin esa persona.” Le dio la enésima vuelta al sobre. “¿Sabías acaso que Luis, sobre todo y a pesar de todo, era un hombre y que sentía como tal?... Las palabras se me agolparon en una bola en mi garganta. “Él nunca te olvidó.” Quería irme, pero mis piernas se negaban a moverse. “¿Recuerdas cuando te regaló un puzzle para tu cumpleaños que montasteis juntos durante varias tardes?” “Sí, - respondí por fin. – Lo tengo colgado en mi casa… Le falta una pieza.” Volvió a sonreír. “Cierto.” Y me entregó el sobre. “Ahí la tienes. Luis te la quitó.”

Hace un rato que he estado con la pequeña pieza en mis manos mirando el hueco correspondiente en el puzzle. He leído otra vez la pequeña nota que le acompañaba: “Ana, perdona que por mi culpa no hayas tenido el puzzle completo, pero como sabía que te iba a perder, yo quería tener algo que completase una parte de tu vida. Ahora ya no importa.”

He quemado la pieza… Porque mi puzzle jamás volverá a estar completo…


Elvis Costello- She


 


Participación

Josué ha escrito:
16 marzo 2011


La vida es un rompecabezas que vamos componiendo pieza a pieza, día a día, mes tras mes, a lo largo de los años, para darnos cuenta que nos falta, al final del ciclo, no una, sino muchas piezas para completarlo.


Luis Novella ha escrito:
17 marzo 2011


Me ha gustado mucho tu relato y he de confesar que he llorado, no se porque. No te conozco y tampoco se si el relato es real, pero que más da. Si a nuestra vida no le faltara siempre alguna pieza, sería otra cosa.

Comentarios

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