EL PERFIL DEL PENTAGRAMA: El Otoño Op. 8 nº 3 Concierto en Fa Mayor RV 293, de Antonio Vivaldi, por Ancrugon.
El otoño de Giuseppe Arcimboldo |
Portrait of Anton Vivaldi,
Museum of Music Bologna Italy
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eEn alguna estrecha calleja rodeada de plateados
canales de la Gloriosa República Veneciana, ya en sus agonías finales como
imperio, empapado del aroma del pan recién hecho, llegó al mundo, un cuatro de
marzo de mil seiscientos setenta y ocho, uno de los músicos cuyas obras más han
sido escuchadas a lo largo y ancho del planeta, me refiero a Antonio Vivaldi.
Hijo de un panadero con aspiraciones violinísticas e
ínfulas musicales, tuvo una infancia enfermiza de niño débil y quebradizo que
le llevó hacia los caminos de la mística abocándolo hacia la fe en las melodías
y la afición hacia lo divino. Por lo que a los veinticinco años fue ordenado
sacerdote, como “el cura rojo” fue conocido a causa del color de su pelo, y
maestro de violín de unas muchachitas sin esperanza ni futuro recogidas en el
orfanato del Ospedale della Pietà.
Pero tanta grandeza y maestría no podían quedar por
mucho tiempo escondidas para un mundo ávido de belleza y su virtuosismo con el
violín saltó fronteras y distancias comenzando, a la edad de cuarenta años, una
gira por toda Italia y más allá, hasta Viena y Praga, llevando consigo un
séquito de creaciones y una buena colección de personas que giraban cual
satélites en su órbita.
Dos de ellas, su propia hermana y la cantante de ópera
Anna Girò, surgida de las oscuridades del orfanato, fueron tan inseparables
compañeras de sus viajes que incluso, las malas lenguas de la época llegaron a
extender la creencia de que eran sus amantes… El siempre lo desmintió, por
supuesto…
A parte de compositor, concertista y, aunque con menos
frecuencia, pastor de almas, Vivaldi llegó a ser empresario de ópera y un
hombre rico y opulento. Pero el tiempo todo lo madura. Su música pasó de moda
afectando a su popularidad, que vino a menos, menguando en sus beneficios,
llegados a escalones mínimos, sin embargo, su vida de lujos crecía y crecía…
conclusión: cuando le llamó la parca, un veintiocho de julio de mil setecientos
cuarenta y uno, mientras estaba en Viena, tuvo que ser enterrado como un
indigente ya que sus recursos habían llegado a cero.
Por la contra, su legado artístico fue inmenso y de
una gran riqueza dejando un tesoro de cientos de conciertos, decenas de sonatas
instrumentales, una gran cantidad de música litúrgica y docenas de óperas que
lo eternizaron mucho más, como el gran músico del Barroco que fue, que todo el
dinero que tuvo y disipó.
Brughel, Campesinos |
La obra que nos ocupa, “El otoño”, es el tercer concierto del conocidísimo conjunto de
cuatro titulado “Las cuatro estaciones”,
los primeros de un total de doce que fue denominado “La lucha entre la armonía y la invención”. Todos estos conciertos,
divididos en tres partes cada uno, están pensados para una orquesta de cuerda y
un violín solista. Todos ellos están repletos de alusiones onomatopéyicas a la
naturaleza, algo bastante usual en su época.
La evocación de la naturaleza ha sido siempre un deseo
de los compositores de todas las épocas, y aunque se han utilizado diversos
recursos para ello, destaca la utilización de instrumentos musicales para
conseguir dichos efectos, pero es mucho más difícil si esos instrumentos se
limitan a una orquesta de cuerda, sin viento, ni madera, ni percusión…
En el primer movimiento de “El otoño”, “Allegro”,
Vivaldi nos dibuja el ambiente festivo de bailes y cantos de los campesinos
contentos por acabar la cosecha, se supone que es la vendimia, mediante una
sencilla melodía bailable que utiliza de tema principal donde se acoplan diversas
intervenciones de la orquesta y el violín solista.
Sin embargo, cuando llevamos dos minutos y treinta y
un segundos, el violín solista, utilizando escalas ascendentes y descendentes y
florituras de todo tipo, nos describe el paso titubeante e indeciso de un
borracho perdido entre el bullicio de la fiesta.
Un poco más adelante llega lo inevitable y el
borracho, acobardado de su carga, cae derrotado y dormido, esto lo representa
con una melodía interpretada por el violín y compuesta por figuras largas y
bucólicas, acompañado por la orquesta que dibuja rítmicas figuraciones de
tranquilidad. Concluyendo todo con la reposición del tema principal.
El segundo movimiento, “Adagio Molto”, es de absoluta calma: la fiesta ha concluido y todos, bebidos y cansados, duermen. Los diferentes instrumentos de la orquesta se van sucediendo en una progresión armónica que nos describen a la perfección el ambiente otoñal después de una fiesta.
En el tercer
movimiento, “Allegro”, todo cambia bruscamente. Ahora es una caza lo que
Vivaldi nos quiere describir con un estribillo cuyo ritmo nos evoca a los
cazadores que al alba marchan hacia el bosque. Pero cuando sólo llevamos un
minuto y treinta y tres segundos, aparece la pieza que va a ser cazada mediante
una progresión melódica ascendente. Entonces, con intervenciones cortas de las
cuerdas, escuchamos los disparos y los ladridos de los perros. Luego todo se va
mezclando: la pieza huye, ellos la persiguen… Hasta que de pronto aparece de
nuevo el solista con rápidas sucesiones melódicas que nos avisa de que el
animal ha sido herido y se revuelve de dolor. A partir de ese momento las
escalas son descendentes hasta que la pieza muere y concluye el concierto.
Concluyendo, la
música tiene sus recursos descriptivos para hacernos sentir unas vivencias que
crearán en nosotros imágenes y evocaciones. En la música nosotros somos
partícipes y escribimos las historias que el compositor pretende contarnos, por
eso la música es tan cercan e íntima y cada uno de tenemos una experiencia
diferente que es única, porque ha sido creada a través de las sensaciones que
nos llegan en cada nota. Y Antonio Vivaldi sabía muy bien cómo utilizar su
facultad natural para crear emociones.
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