REFLEXIONES EN LA BISAGRA: Hijos de la comodidad..., por Vicent M.B.


Otoño, llegó el otoño. Pasaron los excesos del verano y ahora la gente vuelve a meterse dentro de sus jaulas para no pasar frío. Las hojas caen componiendo paisajes sinfónicos y los poetas, con las maletas cargadas de melancolía, cogen el tren camino de Soria.
Me he sentado y, en la línea gonzo que venía siguiendo, iba a escribir un alegato en favor del verano. Basta ya de encandilarse con triunfos parciales. Basta ya de adolescencias que se abren olorosas como el azahar en marzo. Basta de otoños de madurez templada y de inviernos llenos de sabiduría contenida en ojos vidriosos rodeados de arrugas. Verano, verano vital ! Hombres y mujeres jóvenes y maduros, cultos y con un mínimo de disponibilidad física y económica (la única etapa de la vida en la que coinciden) apurando cada segundo de sus vidas porque tienen ya la certeza de que se les escurre entre los dedos como la arena de la playa en la que fornican al alba o el agua que se derrite del hielo que se pasan por la espalda.
Pero no. Hoy no es el día. No porque no quiera: porque no me dejan.
Porque del hedonismo uno siempre se despierta de un trompazo. El que te asesta la resaca a la vuelta de la noche. El portazo de un amor traicionado por la infidelidad al marchar. El que ahora mismo nos atiza el momento que nos ha tocado vivir.
Desde hace unos años hace fortuna el mileurismo. Qué bien suena: mileurista. Es casi casi una palabra inglesa, con esa facilidad que su lengua les da a los británicos para crear de la nada vocablos ágiles que describan la realidad a la perfección. Ha calado tanto, que cualquier día nuestra bendita Academia, tan francesa ella, tan legisladora, le dará un sitio en el diccionario y se la podremos enseñar a nuestros nietos sin mirar la wikipedia. Todo el mundo es mileurista. Todo el mundo que tiene la bendita suerte de tener trabajo: el chaval que a los 16 o antes apila ladrillo. El inmigrante que recoge naranjas. El funcionario gris y cincuentón del último bloque salarial. Si te descuidas, hasta la viuda pensionista. Mileurismo, mileurismo!
Pues no.
Es lo que tienen los 'hypes' (no te los creas!), que al final no sabes de dónde han salido, y se han ido moldeando hasta quedar en lo que más conviene. Pero algo bueno tiene que tener internet, que nos permite conocer detalles de las historias que se han gestado en él. Y el término lo acuñó una muchacha para etiquetar jóvenes de 25 a 35 años con carrera, másteres, idiomas, cultura, mundo y el copón en motocarro, que un día de su verano se despertaron como amanecidos en el camping de un festival de música. Sucios, con un clavo en la cabeza, rodeados de mierda, con las bragas en un bolsillo y la incómoda sensación de no saber si el que les ha robado la cartera es el mismo que se los ha follado. Y el problema no es que no tengan futuro, que tampoco. Eso nos la suda: carpe diem. El problema es que no tenemos presente. Nos lo han robado.
Y todavía peor: nos han estafado.


Cuando empecé mi tesis doctoral, una de mis múltiples codirectoras me dijo que en su grupo no había lugar para acabar las tesis en más de cuatro años. Que, en contra de lo que sucedía en otros grupos, cuando se acababa la beca se acababa la tesis y que no esperara un contrato de unos pocos meses para acabar de rematarla, como suele ser usual. Al final pasó lo que pasa siempre con todas las tesis: que los directores no están conformes con lo que hay, que hay que hacer más cosas, que los resultados no son buenos o el enfoque que se ha decidido (que HAN decidido, basta de plurales mayestáticos) no era el idóneo. Y eso redundó en 7 meses de trabajo sin contrato en los que me pulí la práctica totalidad de los meses de paro que me correspondían. ¿Fue justo? No lo sé, a mí no me lo pareció. ¿Fue honesto? Desde luego: estaba advertido desde el primer día.
Pero de todo lo que está pasando ahora no nos advirtió nadie. Al revés, nos engañaron vilmente. Nos animaron a estudiar, a formarnos. Nos embaucaron haciéndonos creer que, por una puta vez, África no empezaba en los Pirineos. Salimos al extranjero a aprender idiomas: uno, dos, tres. Nos contrataron por miserias con trampantojos de porvenires brillantes. Y ahora nos encontramos con la puerta cerrada y un cartelito que dice "Lo siento, nos hemos trasladado". Váyanse a la mierda, señores. Quienquiera que sean, váyanse a la puta mierda.
Váyanse de uno en uno todos los que, tras haber invertido alegremente en mi formación el dinero de toda la sociedad, me dan una palmadita y una pegatina para ponerla en la maleta. "Unos años en el extranjero y verás cómo no te falta trabajo al volver". ¿Pero de verdad nos creen así de gilipollas? ¿Pero piensan que somos ciegos? Harto estoy de ver a mentes más que brillantes irse unos años fuera, volver con un contrato vergonzoso y tener que marcharse de nuevo a los dos años porque aquí no tienen dónde caerse muertos. No, no seremos nosotros. No seremos los que se marchen y vuelvan con el zurrón repleto de marcos a montar una panadería o a dar clases en un instituto de secundaria. El que se marche no se marchará como nuestros padres o abuelos, con el billete de vuelta. El que se vaya lo hará 'espolsant-se el calcer', como dicen que salió Sant Vicent de Valencia. Con un solemne corte de mangas 'cum laude' al embarcar en la T4, La Jonquera postmoderna. Como italianos llegados a Brooklyn, guardaremos orgullosos nuestros apellidos y nuestras recetas para la paella y, tal vez, le haremos en Shangay una procesión a la Geperudeta el tercer domingo de mayo. Pero no nos esperen de vuelta. No quieran que volvamos a lamerles el culo a sus hijos, que estarán a buen recaudo de toda la mierda que nos han dejado caer alegremente encima. No quieran que mis hijos se parapeten de lo que nos mean mientras nos cuentan que llueve.
Y después de todo esto, tal vez alguno tenga miedo o mal cuerpo y diga que, al fin y al cabo, siempre puedo quedarme aquí. Y tanto que puedo. Pero no esperen que lo haga de brazos cruzados. Si alguien nos engaña una vez, la culpa es del que estafa. Si alguien engaña dos, es del estafado. Y ya no cuela.
Que para algo hemos estado estudiando tantos años.

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