LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: Una enemistad productiva: Luis de Góngora / Francisco de Quevedo, por Ancrugon


Si la literatura ha sido en alguna época un campo de batalla donde dos contrincantes se han enfrentado con armas tan peligrosas y envenenadas como las palabras y las ideas, esa fue, sin lugar a dudas, en vida de dos de los más grandes poetas de la lengua española, me refiero a Góngora y Quevedo.


Luis de Góngora
Luis de Góngora y Argote nació en Córdoba el año de 1561 y Francisco Gómez de Quevedo y Villegas lo hizo en Madrid en 1580, es decir, les separaba una considerable cantidad de años, nada menos que diecinueve. Sin embargo los dos representan el máximos exponente de la literatura barroca, pero debemos tener en cuenta las diferencias artísticas entre ambos, pues mientras el primero profesaba el culteranismo, procedimiento literario consistente en primar la expresión estética sobre el significado del poema mediante el procedimiento de la paráfrasis, usando sinónimos y metáforas de las metáforas hasta llegar a confundir al lector en vericuetos laberínticos; el segundo era seguidor del conceptismo, que se caracteriza por la concisión de la expresión y la intensidad semántica de las palabras, las cuales se llenan de significados, incluso jugando con la variedad de sentidos, por lo que son frecuentes en sus trabajos la utilización de un lenguaje polisémico y de recursos lingüísticos que crean un enunciado conciso, intenso, ingenioso y sentencioso. Sin embargo los dos estilos tenían algo en común que les unía más que les separaba, ambos tienen la intención de enrarecer y complicar las expresiones para alejarlas de la claridad.

Pero, tal vez, sería demasiado sencillo e inocente afirmar que la enemistad entre nuestros dos magistrales poetas se encuentre en estas sencillas diferencias estéticas. Creo que ella se debe buscar en otras cuestiones menos culturales y más personales y sociales… o políticas…

Francisco de Quevedo
Cuando Quevedo comienza a abrirse un hueco entre el elenco de los poetas famosos de su época, Góngora ya es harto conocido y tiene un público de seguidores y admiradores. Éste, como persona ya asentada y acomodada, teme cualquier novedad que pueda destronarle de su pedestal, por lo tanto ataca sin piedad a todas las jóvenes promesas que pretenden llegar a la cumbre, como Quevedo, pues con Lope ya hacía tiempo que iban a la gresca.


Conde Duque de Olivares
Pero también debemos tener en cuenta que Quevedo, hijo de una familia noble y hombre de carrera política, estudioso de teología y lenguas clásicas, hombre religioso, recto, pero clasista, rígido, aunque pendenciero, y peligrosamente audaz en sus afirmaciones, pues era mordaz, ingenioso y con un gran sentido del humor que muchos no supieron comprender, trabajó junto al duque de Osuna junto al cual llevó a cabo varias delicadas intrigas diplomáticas por tierras de Italia que le causaron el destierro, hasta que el Conde Duque de Olivares lo hizo su hombre de su confianza. Y por el otro lado, Góngora, hombre de vida disipada, a pesar de ser sacerdote, lo que le trajo alguna que otra amonestación de su obispo, avaricioso y envidioso del éxito ajeno, era amigo del Conde de Villamediana, un donjuán ávido de la buena vida y rival del Conde Duque.

El odio entre ambos personajes llegó a extremos tan deplorables como el de intentar hundirse en sus vidas privadas, por ejemplo cuando Quevedo compra la casa donde vivía arruinado Góngora para dejarlo en la calle. Pero al mismo tiempo nos dejó el legado de una de las mejores colecciones de poesía satírica y burlesca creada, curiosamente, en una labor en la que ambos se necesitaban.
Juan de Tassis (Conde de Villamediana)
La cosa comenzó ya cuando Quevedo era un simple estudiante desconocido y Góngora un poeta afamado, en aquellos tiempos en que la ciudad de Valladolid era la capital del Reino y sede de la Corte, que se permitía vilipendiar a todo y a todos con su verbo fácil y sentidos oscuros, pero, de pronto, comienzan a circular unas letrillas de un nuevo escritor que le atacan directamente, como cuando se le ocurrió ridiculizar al río Esgueva, que se une al Pisuerga en el mismo Valladolid y al que Góngora considera como una verdadera letrina donde van a parar todas las inmundicias de la ciudad:

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva este río crecido,
Y llevará cada día
Las cosas que por la vía
De la cámara han salido,
Y cuanto se ha proveído
Según leyes de Digesto,
Por jüeces que, antes desto,
Lo recibieron a prueba.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva el cristal que le envía
Una dama y otra dama,
Digo el cristal que derrama
La fuente de mediodía,
Y lo que da la otra vía,
Sea pebete o sea topacio;
Que al fin damas de Palacio
Son ángeles hijos de Eva.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva lágrimas cansadas
De cansados amadores,
Que, de puro servidores,
Son de tres ojos lloradas;
De aquél, digo, acrecentadas
Que una nube le da enojo,
Porque no hay nube deste ojo
Que no truene y que no llueva.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva pescado de mar,
Aunque no muy de provecho,
Que, salido del estrecho,
Va a Pisuerga a desovar;
Si antes era calamar
O si antes era salmón,
Se convierte en camarón
Luego que en el río se ceba.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva, no patos reales
Ni otro pájaro marino,
Sino el noble palomino
Nacido en nobles pañales;
Colmenas lleva y panales,
Que el río les da posada;
La colmena es vidriada
Y el panal es cera nueva.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva, sin tener su orilla
Árbol ni verde ni fresco,
Fruta que es toda de cuesco,
Y, de madura, amarilla;
Hácese de ella en Castilla
Conserva en cualquiera casa,
Y tanta ciruela pasa,
Que no hay quien sin ella beba.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Y Quevedo le responde afirmando lo mismo de su poesía y mofándose de él:

Ya que coplas componéis,
ved que dicen los poetas
que, siendo para secretas,
muy públicas las hacéis.
Cólica dicen tenéis,
pues por la boca purgáis;
satírico diz que estáis;
a todos nos dais matraca:
descubierto habéis la caca
con las cacas que cantáis.
De vos dicen por ahí
Apolo y todo su bando
que sois poeta nefando
pues cantáis culos así.
Por lo cual me han dicho a mí
que desde hoy en adelante
diga que obras vuestras cante,
por el mandado de Apolo,
con el son de un rabel sólo,
un rabadán ignorante.
No hay música donde estén
vuestros inmundos trabajos:
que si suenan bien los bajos,
los tiples no suenan bien.
Y cuando tonos les den
de los que el vulgo levanta,
¿cuál hombre o mujer que canta,
si tiene cabeza cuerda,
a pies de coplas de mierda,
hará pasos de garganta?
Con Esgueva es vuestro enojo;
nombre de sucio le dan,
siendo, de puro galán,
todos sus males de ojo.
Con mucha razón me arrojo:
que sólo los bien nacidos
celebramos atrevidos;
que en otra conversación,
por ser sucios, como son,
no pueden ser admitidos.
Vuestros conceptos alabo
pues, de pura buena pesca,
los hacéis a la gatesca,
pues los hacéis por el rabo.
Tenéis un ingenio bravo,
hacéis cosas peregrinas,
vuestras coplas son divinas;
sino que dice un dotor
que vuestras letras, señor,
se han convertido en letrinas.
Que alabe será muy justo
vuestras coplas mi voz sola,
pues por ser todas de cola,
se pegan a cualquier gusto.
Desde el scita al negro adusto,
y desde el Tajo dorado
al Nilo tan celebrado,
no hay ingenio tan machucho
ni crecido; mas ¿qué mucho,
si crece de estercolado?
Son tan sucias de mirar
las coplas que dais por ricas,
que las dan en las boticas
para hacer vomitar.
Un nombre os ando a buscar
que os venga derechamente,
y hallo que os llama un valiente,
que de Córdoba os conoce,
poeta de entre once y doce,
que es cuando vacia la gente.
¿Adónde hallaréis excusa
para lo que vemos todos,
pues fue en verano y sin lodos
tan rabiosa vuestra musa?
Si acaso Circe o Medusa,
o juntas ambas a dos,
os han mudado, por Dios,
que olvidéis tal prelacía
antes que la pulicía
venga a conocer de vos.
Yo, por mí, no pongo duda
en que las coplas pasadas,
según están de cagadas,
las hicisteis con ayuda.
Más valdrá que tengáis muda
la lengua en las suciedades;
dejad las ventosidades:
mirad que sois en tal caso
albañal por do el Parnaso
purga sus bascosidades.

Tras esta primera escaramuza hubo un ir y venir de puyas rimadas entre ambos genios como la que podemos leer en este soneto de Quevedo contra Don Luis de Góngora, donde se duda de su masculinidad pues, si lo leemos con detenimiento, nos daremos cuenta que lo que hace el autor es describirlo como un culo: “cíclope”, “orbe postrero”, “antípoda faz”, “círculo vivo en todo plano”, “solamente cero”, “minóculo”, “ciego bulto”, “resquicio barbado”, “cima del vicio”… la rima en –ano y el último terceto, donde ya lo dice con toda claridad.


Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

A este le responde Góngora con otro soneto donde pone en duda la cultura de Quevedo, quien sabía hablar y escribir en griego y latín, y le dice que con su “ojo ciego”, otra alusión al culo, puede ayudarle a encontrar “ciertos versos flojos”, otra alusión escatológica. También expresa su sospecha que es imitador de Lope de Vega.


Anacreonte español, no hay quien os tope.
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día.
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego




No tardó Quevedo a responderle y lo hizo con otro soneto donde golpea directamente en un tema complicado de aquellos tiempos: la pureza de sangre, pues ponía en duda la de Góngora haciendo claras alusiones a una supuesta ascendencia judía. Así dice que “untaré mis obras con tocino”, pues los judíos no podían comer carne de cerdo, “Porque no me las muerdas”, con lo que le insulta con el apelativo de perro, insulto utilizado para los herejes, y lo vuelve a hacer en “Perro de los ingenios de Castilla,” .Vuelve a dudar de su hombría: “Apenas hombre…”, y de su fe: “sacerdote indino (indigno)”, así como de su cultura: “Docto en pullas, cual mozo de camino.”


Yo te untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas, Gongorilla,
Perro de los ingenios de Castilla,
Docto en pullas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
Que aprendiste sin christus la cartilla;
Chocarrero de Córdoba y Sevilla,
Y en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
Aunque aquesto de escribas se te pega,
Por tener de sayón la rebeldía.

Otro ejemplo de la acusación de judío la tenemos en el siguiente soneto, también dedicado a Góngora, donde habla de su enorme nariz como prueba de ello:

A un hombre de gran nariz
Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
Erase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.

Responde Góngora de nuevo y lo hace acusando a Quevedo de meterse en caminos fáciles, donde cualquiera pudiera hacerlo, con lo que menosprecia su arte como poeta:


Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.

Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina

a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,

que en oro engasta, santa insignia, aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.

En el siguiente poema, Quevedo se burla de Góngora y de sus ataques anteriores, haciendo varios juegos de palabras.


¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?

Microcósmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.

Tu forasteridad es tan eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas viscerable cacoquimia,

farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,
metamorfoseando el arcadumia.

Y para concluir, vamos a leer el soneto donde mejor se expresa el pensamiento de Quevedo hacia Góngora y en el que deja bien claro que lo considera poco hombre, jugador, hereje y mal poeta, entre otros piropos de ese estilo:

Tantos años, y tantos todo el día,
menos hombre, más Dios, Góngora hermano.
No altar, garito sí; poco cristiano,
mucho tahúr, no clérigo, sí arpía.
Alzar, no a Dios: extraña clerecía.
Misal apenas, naipe cotidiano;
sacar lengua y barato, viejo y vano,
son su misas, no templo y sacristía.
Los que güelen tu musa y tus emplastos,
cuando en canas y arrugas te amortajas,
tal epitafio dan a tu locura:
"Yace aquí el capellán del rey de bastos,
que en Córdoba nació, murió en Barajas
y en las Pintas le dieron sepultura."

Muchos otros poemas versan sobre esta pugna, pero creo que ya es suficiente para tener una imagen de los sentimientos cruzados que afectaban a ambos hombres que, por ser tan grandes, fueron geniales incluso discutiendo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA LETRA Y LA MÚSICA: Hojas de otoño (La hojas muertas), por Ancrugon

CLÁSICOS DIVERTIDOS: El fantasma de canterville, de Oscar Wilde, por Ancrugon

CAJÓN DE SASTRE: Antonio Machado: Poeta simbolista, por Raúl Molina