PALABRAS DE MALA PRENSA: Motivación, por María Elena Picó Cruzans



“Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a la medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero”.
Garcilaso de la Vega

En un principio, podría parecer que la palabra “motivación” no necesita ser rescatada, ya que estar motivado se relaciona con un estado de cierto bienestar y equilibrio energético. ¡Es estupendo estar motivado! Por eso es posible que pensemos por un momento que la palabra que necesitaría ser rescatada es la “apatía” o incluso la “depresión”. Es posible, y más adelante rescato algunos aspectos de estas palabras. Hoy quiero escribir sobre la “motivación”.
Quizá la cuestión estriba en la diferencia que existe entre “estar motivado” y “motivar”.  Lo que sería como distinguir entre el camino y la meta; el proceso y el resultado; el viaje e Ítaca. “Motivar” es el camino, el proceso, el viaje… A las personas nos gusta estar motivados, alcanzar metas, obtener resultados, conquistar Ítaca… Y nos sentimos frustrados si no alcanzamos el pódium, derrotados si los resultados no son los esperados, decepcionados cuando Ítaca no responde a nuestras expectativas… Y el caso es que sentirse frustrado, derrotado o decepcionado realmente no es tan grave: a veces son los síntomas de que el camino elegido no era el que llevaba a esa meta, de que no todo está en nuestras manos para alcanzar resultados, y de que, a veces, para conquistar hay que rendirse…

Cuando empieces tu ida hacia Ítaca,
desea que el camino sea largo,
lleno de peripecias, lleno de conocimientos.
A los Lestrígones y a los Cíclopes, 
al encolerizado Poseidón no temas,
tales cosas en tu camino nunca las encontrarás,
si tu mirada permanece alta, si una escogida
emoción a tu alma y a tu cuerpo les guía.
A los Lestrígones y a los Cíclopes,
al fiero Poseidón no los encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si tu alma no los coloca delante de ti.
Desea que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas estivales
en que con cuánta satisfacción, con qué alegría
entrarás en puertos por primera vez vistos.
Haz un alto en los mercados fenicios,
y adquiere hermosas cosas,
nácares y corales, ámbares y ébanos,
y sensuales perfumes de todas clases,
los más abundantes y sensuales perfumes que puedas.
Visita muchas ciudades egipcias,
aprende y aprende de los instruidos.
Siempre en tu mente ten a Ítaca.
La llegada a allí es tu destino.
Pero no precipites el viaje en absoluto.
Es mejor que muchos años dure.
Y que, ya anciano, arribes a la isla,
rico con cuanto obtuviste en el camino,
sin esperar que riquezas te dé Ítaca.
Ítaca te dio el hermoso viaje.
Sin ella no hubieras emprendido el camino.
No puede darte nada más.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca no te engañó.
Tan sabio como te has hecho, con tanta experiencia,
ahora ya habrás comprendido qué significan las Ítacas.
 “Ítaca”, Constantino P. Cavafis     
                            


De los beneficios de la rendición ya escribí en la página de junio. Resulta incluso curioso que pueda asociarse la motivación a la rendición. En principio parecen actitudes opuestas, y la tendencia habitual (por lo menos la mía) es a creer que si nos rendimos somos derrotados. Por eso quiero rescatar los síntomas que me muestran que si no hay rendición, puede haber derrota. 

 


Yo soy quien libre me vi,
yo, quien pudiera olvidaros;
yo soy el que por amaros
estoy, desque os conocí,
sin Dios, y sin vos y mí”.
Jorge Manrique

A los padres y educadores nos asusta mucho la palabra “motivación”. Nos encanta ver a nuestros hijos y alumnos motivados, claro; pero, ¿qué hacer cuando no lo están? ¿cómo motivar?
Motivar se define como “dar causa o razón para una cosa”, “animar a alguien para que se interese por alguna cosa”, “disponer del ánimo de alguien para que proceda de un determinado modo”. ¡Dios mío! No es nada extraño que sea una palabra que asuste tanto. La primera definición es relativamente fácil de sostener: apela a la mente del receptor, y  nos pide que nos involucremos, por lo tanto, desde nuestra parte mental (que no es poco). Se trata más de “convencer”, de “persuadir”. Lo que suele ocurrir es que el niño o adolescente tiene esquemas mentales diferentes a los del adulto y no siempre hay entendimiento.  La mayoría de técnicas pedagógicas para niños y adolescentes tienen en cuenta esta definición y basan sus logros en el grado de adaptación a ese esquema mental precisamente, es decir, parten del modo de proceder del niño o adolescente. La dificultad viene de la segunda y tercera definición. Aquí ya entra en juego el “ánima”, y esto escapa de nuestra jurisdicción.  ¿Acaso está en nuestras manos dotar de alma a alguien? ¿Acaso podemos disponer del alma de alguien para encaminarla a una acción?


»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ''Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo''. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. (..)Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. »El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. (…) Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído.”
                                      “El Quijote”, Miguel de Cervantes



Parece una tarea imposible de acometer. No obstante, podemos ver que nuestros hijos y alumnos “están motivados”, y también lo hemos podido experimentar como adultos.  Entonces nos planteamos una y otra vez cómo conseguirlo. Intentamos no sólo convencerles, sino también infundirles “alma”. Y aquí viene el susto, el miedo y el rechazo. A los padres y educadores nos asusta mucho esta palabra. Y creo que los psicólogos y pedagogos deberían utilizarla con precaución porque, paradójicamente,  despierta más animadversión que “animaceptación”. A veces se convierte en prescripción generalista (“tienes que motivar a tu hijo o a tu alumno”) que aporta tan poco como cuando a un niño se le dice “pórtate bien”. Ya sé que ahora el receptor es un adulto (con una preparación universitaria), pero la tarea encomendada ¡viene tan grande!


El Magistral arrancó un botón de rosa con miedo de ser visto; sintió placer de niño con el contacto fresco del rocío que cubría aquel huevecillo de rosal; como no olía nada más que a juventud y frescura, los sentidos no aplacaban sus deseos, que eran ansias de morder, de gozar con el gusto, de escudriñar misterios naturales debajo de aquellas capas de raso…”
                                      “La Regenta”, Leopoldo Alas Clarín

Puede ser que lo que está en nuestra mano es precisamente renunciar a lo que no está en nuestra mano, y aceptar con responsabilidad lo que sí está. Sí que podemos asumir las tareas de la primera definición: “dar razones, causas o motivos para una cosa”. Existen muchos libros que nos educan sobre este aspecto, y nos ofrecen propuestas, tareas y ejercicios. Uno muy completo es “Programa de motivación en la Enseñanza Secundaria Obligatoria” de Rosa Isabel Rodríguez y Carmen Luca de Tena, de ediciones Aljibe, dirigido sobre todo al contexto escolar del profesor. Otra opción muy interesante dirigida más ampliamente a cualquier contexto educacional, con múltiples prescripciones de tareas y actitudes para padres y educadores es el libro de Mel Levine, “Mentes diferentes, aprendizajes diferentes: un modelo educativo para desarrollar el potencial individual de cada niño”. También la Gestalt nos ofrece modelos de actitud y pautas para el trabajo con niños y adolescentes, que tienen el rasgo de cuidar el proceso mental y la etapa vital que atraviesa la persona. Yo recomiendo el libro de Violet Oaklander, “El tesoro escondido”.



Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada
Y todo el cabello al viento
Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña”                                                                    
 “Altazor”, Vicente Huidobro



Asumir las tareas de esta primera definición implica asumir que el niño en edad escolar desarrolla su interdependencia y su competencia. A veces los padres (y adultos, en general) pensamos que los adolescentes se motivan con aquello que les gusta y, precisamente eso que les gusta es lo que se les da bien. Sin embargo, yo creo que justo es lo contrario: lo que se les da bien es lo que les gusta, y eso es lo que les motiva.  Nosotros podemos mostrarle que es capaz, y podemos validar su error como parte del aprendizaje. Poder reconocerse en su capacidad lo lleva a reconocerse en su competencia, aunque para ello sean necesarias dos actitudes (que no siempre tienen buena prensa): la disciplina y la tolerancia a la frustración. Tienen que sentir que en toda meta existe un camino; en todo resultado existe un proceso; que para llegar a Ítaca es necesario emprender el viaje.





“Temprano levantó la muerte el vuelo,
Temprano madrugó la madrugada,
Temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
No perdono a la vida desatenta,
No perdono a la tierra ni a la nada.”
         “Elegía”, Miguel Hernández


Aquí la Gestalt tiene mucho que ofrecer ya que al desarrollar el sentido de capacidad está abriendo el “fondo” para que puedan surgir como “figura” nuevas capacidades. Se trata de mostrarle al niño que es “capaz” de aprender. Fritz Perls, médico neuropsiquiatra y psicoanalista que fue junto con su mujer Laura Perls el creador de la Terapia Gestalt, lo describe así:
“Aprender es descubrir que algo es posible. Enseñar es mostrarle a alguien que algo es posible”.
La actitud que propone la Gestalt me parece muy adecuada en el contexto escolar ya que, en su búsqueda de integración, nos propone que para “motivar” al alumno pongamos la mirada más a menudo en lo que sí sabe hacer; no sólo como un refuerzo positivo, sino también (y sobre todo) porque allí están sus recursos: los que tiene, pero que quizá no reconoce. Esos recursos son los que le van a ayudar a contactar con el poder del aprendizaje.
(Sin olvidar nunca que, a veces, una mancha tan sólo es una mancha)
Respecto a la segunda y tercera definición… ¡qué arrogancia creer que podemos darle a alguien el alma o disponer de ella! No podemos dársela porque ya la tiene, y sólo uno mismo puede disponer de su propia alma (o no sé si es más bien el alma la que dispone de uno mismo).



“Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.
                                               “Rayuela”, Julio Cortázar



Aquí, como en el primer periodo de la vida de una persona, hay poco que hacer; sólo hay algo que ser. Y por eso nos asusta tanto. Los adultos “hacemos”, y no tanto “somos”. Y lo paradójico es que con nuestros hijos y alumnos lo que podemos “hacer” es mostrar lo que “somos”, mostrarles nuestra alma para ver si el alma “dormida” o “despistada” de ellos se permite tomar su camino. O, quizá, antes de eso, buscar el alma que permanece dormida o despistada en nosotros y permitirle tomar su camino. Quizá esto sea lo que nos asusta tanto.

Sin embargo, por suerte, la vida sale a nuestro encuentro, y nos ofrece miradas y momentos en los que podemos conectar con el alma. Un olor, una canción, una palabra, un poema… Dice el poeta Pablo Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.



“La preocupación es un mal cultural epidémico. Se abre en círculos que van expandiéndose desde la cuna, en cuanto nacemos, hasta llegar al infinito; no se necesita sino el menor contacto de una china, una mota de polvo contra el agua pasiva que es nuestra conciencia, y ya está, la preocupación nos invade y nos conquista. Es una bestia carnicera, muy libidinosa. Nos seduce y nos devora, y a veces ni siquiera lo hace por ese orden”.
                           “Estados carenciales”, Ángela Vallvey

A menudo la literatura ha conseguido motivarme desde todos los puntos de la definición: me ha ofrecido razones y ha conectado con mi alma. La mayoría de las veces se ha deslizado a hurtadillas (como los fragmentos que aparecen en esta página y en todas las otras) y ha permitido que entre la luz.



“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
         “Elegía”, Miguel Hernández

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