EL PERFIL DEL PENTAGRAMA: El gitano de los dedos de oro, por Eva Sion
En las afueras del pequeño pueblo valón de Liberchies, sobre sus verdes y ondulados prados habitados por indiferentes y pacíficas vacas, estaba asentado aquellos días de un frío invierno de 1910, el campamento de los hijos de las estrellas, los nobles servidores de los faraones egipcios, los descendientes directos de la estirpe de Caín, rodeando la hoguera de Zoroastro y contemplando las estrellas del frío cielo belga mientras entonaban canciones ancestrales que jamás quedaron escritas. Pero esa noche de un 24 de enero, si alguien hubiese dicho que aquel niño gitano recién nació entre aquellas gentes errantes por convicción, llegaría a ser uno de los guitarristas más virtuosos de la historia de la música, posiblemente nadie se hubiese reído, porque tener fe en sí mismos, tienen, pero creérselo habría sido algo bastante improbable, sin embargo, así fue, y este niño, Jean Baptiste “Django” Reinhardt, dotado de una magia natural, como algo normal entre los de su raza, asombró y emocionó a generaciones de amantes del jazz con su estilo peculiar y personal.
Por no tener no tenía ni un traje, ni por no poseer no poseía juguetes caros ni sofisticados, ni por no vivir no vivía en una verdadera casa de piedras, chimenea y tejado, pero no por ello dejó de ser un niño feliz, y por no saber escribir ni leer dejó de ser inteligente y avispado, pues aunque sus zapatos fueran de barro, sus juguetes de madera y su casa un carromato por cuya ventana pasaba el mundo, tuvo la calle como escuela y su padre, tíos, primos y vecinos como maestros durante los espectáculos de cabra y oso bailarines al son de las guitarras y violines, o de su banjo, regalo que le hizo uno de sus vecinos al comprobar las dotes musicales del pequeño. Un año más tarde ya se ganaba sus buenos francos como acompañante del acordeonista Guerino por los garitos parisinos de la Rue Monge, y pronto grabaría su primer disco junto a Jean Vaissade, pero llevando como nombre artístico Jiango Renard.
Por no tener no tenía ni un traje, ni por
no poseer no poseía juguetes caros ni sofisticados, ni por no vivir no vivía en
una verdadera casa de piedras, chimenea y tejado, pero no por ello dejó de ser
un niño feliz, y por no saber escribir ni leer dejó de ser inteligente y
avispado, pues aunque sus zapatos fueran de barro, sus juguetes de madera y su
casa un carromato por cuya ventana pasaba el mundo, tuvo la calle como escuela
y su padre, tíos, primos y vecinos como maestros durante los espectáculos de
cabra y oso bailarines al son de las guitarras y violines, o de su banjo,
regalo que le hizo uno de sus vecinos al comprobar las dotes musicales del
pequeño. Un año más tarde ya se ganaba sus buenos francos como acompañante del
acordeonista Guerino por los garitos parisinos de la Rue Monge, y pronto
grabaría su primer disco junto a Jean Vaissade, pero llevando como nombre artístico
Jiango Renard.
Djiango fue absolutamente autodidacta,
pues era incapaz de escribir una sola nota musical o simplemente leer una
partitura, así mismo, poseía una gran indisciplina para el estudio, pero una
gran afición por el juego, la bebida y las juergas, sin embargo poseía una
inventiva y una creatividad muy por encima de la media de aquellos tiempos,
además del genio o duende que acompaña a todo artista de su raza, por lo que
Django llegó a ser un músico extraordinario.
Pero la vida tiene sorpresas y los caminos
para llegar a un destino no tienen por qué ser los más rectos y fáciles. Así
pues, para torcer una oscura carrera de música tradicional y acercarle a las
nuevas modas llegadas de América, cambiando el alegre banjo por la parlanchina
guitarra, una noche del 2 de noviembre de 1928, cuando volvía a su caravana
tras una actuación en el club La Java, se encontró con toda la rulot llena de
flores de celuloide, creación artesanal de su joven esposa quien las vendía a
los turistas parisinos en el mercado callejero. ¿Las causas?… pues no están muy
claras, el caso es que una vela cayó, pues la luz eléctrica era un lujo fuera
de su alcance, y como una ofrenda a la religión de sus antepasados persas, se
inmoló su humilde hogar nómada bajo la avidez de las llamas. Tanto él como su
mujer salvaron la vida, pero su mano izquierda y su pierna derecha quedaron
gravemente dañadas. Django tuvo que guardar cama durante dieciocho meses, aunque
durante ese tiempo lucho por mantenerse completo y se negó a que le amputaran
la pierna.
Los dedos cuarto y quinto de la mano
izquierda quedaron contraídos hacia la palma de la mano con los tendones
dañados. Lo que habría dado al traste con las ilusiones interpretativas de
cualquiera, sin embargo, de aquel percance surgió el Ave Fénix de la música y
apareció un nuevo Dango Reinhardt totalmente renovado y lanzado a una carrera
sin freno que dio comienzo cuando ideó un nuevo método de digitalización que le
permitía tocar la guitarra a pesar de sus impedimentos y le dio ese estilo
personal característico utilizando solamente el índice y el dedo medio.
“El gitano de los dedos de oro” tenía un
swing insuperable, caracterizado por unos acordes increíblemente lógicos y
cargados de una originalidad extraordinaria. Su música tenía algo de magia y
atrapaba al público en un círculo melódico que comenzaba y acababa en sí mismo.
Pero no solamente como intérprete fue algo fuera de lo común, sino como líder
de un grupo musical, el “Quintette du Hot Club de France”, el cual duró unido
mucho más de lo que era normal por aquellos tiempos y regaló a sus
incondicionales del jazz muchos días de gloria.
Este grupo fue creado en 1934, junto con
su hermano Joseph, quien tocaba la guitarra rítmica y percusión; otro
guitarrista, Roger Chaput; el bajista Luis Vola, el violinista Grappalli y el
propio Django. Pronto Grappelli se convirtió en la otra estrella del grupo,
pues ambos llegaron a lograr una gran compenetración entre sus instrumentos y
estilos que escribieron páginas maravillosas del jazz. Tres años después ya
daban giras por toda Europa acompañados de instrumentistas americanos como el
saxo alto Benny Carter o el saxo tenor Coleman Hawkins.
Cuando se declaró la II Guerra Mundial
estaban actuando en Londres. Grappelli se quedó en Inglaterra, pero el resto
volvió a Francia con el peligro que suponía para ellos la persecución de
limpieza étnica que los iluminados nazis estaban sometiendo a Europa, sin
embargo tuvieron la suerte de dar con un alto funcionario de la invasora
Alemania aficionado al jazz y enamorado de la música de Django, quien les
protegió y les permitió seguir realizando su actividad, la cual,
paradójicamente, se convirtió en un símbolo cultural para la Resistencia
francesa.
Todo ello le dio a Django una aureola de
fama que él engrandecía todavía más a causa de su fanfarronería. Y gracias a
ello un buen día el gran Duke Ellington supo de su existencia y le hizo viajar
hasta los paradisíacos Estados Unidos de América donde Djiango y sus hombres
abrieron camino y dejaron su estela de seguidores.
Cuando Django Reinhardt falleció en la
aristocrática ciudad francesa de Fontainebleau, un 16 de mayo de 1953, a la temprana edad de
43 años, había compuesto la nada despreciable cantidad de 300 obras y había
creado su propia escuela de seguidores.
A continuación os
ofrecemos una pequeña muestra de algunas interpretaciones de este magnífico
intérprete y compositor, todas ellas acompañado de su grupo, el “Quintette du
Hot Club de France”, y en algunas compartiendo protagonismo con Stéphane Grappelli.
Por no tener no tenía ni un traje, ni por
no poseer no poseía juguetes caros ni sofisticados, ni por no vivir no vivía en
una verdadera casa de piedras, chimenea y tejado, pero no por ello dejó de ser
un niño feliz, y por no saber escribir ni leer dejó de ser inteligente y
avispado, pues aunque sus zapatos fueran de barro, sus juguetes de madera y su
casa un carromato por cuya ventana pasaba el mundo, tuvo la calle como escuela
y su padre, tíos, primos y vecinos como maestros durante los espectáculos de
cabra y oso bailarines al son de las guitarras y violines, o de su banjo,
regalo que le hizo uno de sus vecinos al comprobar las dotes musicales del
pequeño. Un año más tarde ya se ganaba sus buenos francos como acompañante del
acordeonista Guerino por los garitos parisinos de la Rue Monge, y pronto
grabaría su primer disco junto a Jean Vaissade, pero llevando como nombre artístico
Jiango Renard.
Djiango fue absolutamente autodidacta,
pues era incapaz de escribir una sola nota musical o simplemente leer una
partitura, así mismo, poseía una gran indisciplina para el estudio, pero una
gran afición por el juego, la bebida y las juergas, sin embargo poseía una
inventiva y una creatividad muy por encima de la media de aquellos tiempos,
además del genio o duende que acompaña a todo artista de su raza, por lo que
Django llegó a ser un músico extraordinario.
Pero la vida tiene sorpresas y los caminos
para llegar a un destino no tienen por qué ser los más rectos y fáciles. Así
pues, para torcer una oscura carrera de música tradicional y acercarle a las
nuevas modas llegadas de América, cambiando el alegre banjo por la parlanchina
guitarra, una noche del 2 de noviembre de 1928, cuando volvía a su caravana
tras una actuación en el club La Java, se encontró con toda la rulot llena de
flores de celuloide, creación artesanal de su joven esposa quien las vendía a
los turistas parisinos en el mercado callejero. ¿Las causas?… pues no están muy
claras, el caso es que una vela cayó, pues la luz eléctrica era un lujo fuera
de su alcance, y como una ofrenda a la religión de sus antepasados persas, se
inmoló su humilde hogar nómada bajo la avidez de las llamas. Tanto él como su
mujer salvaron la vida, pero su mano izquierda y su pierna derecha quedaron
gravemente dañadas. Django tuvo que guardar cama durante dieciocho meses, aunque
durante ese tiempo lucho por mantenerse completo y se negó a que le amputaran
la pierna.
Los dedos cuarto y quinto de la mano
izquierda quedaron contraídos hacia la palma de la mano con los tendones
dañados. Lo que habría dado al traste con las ilusiones interpretativas de
cualquiera, sin embargo, de aquel percance surgió el Ave Fénix de la música y
apareció un nuevo Dango Reinhardt totalmente renovado y lanzado a una carrera
sin freno que dio comienzo cuando ideó un nuevo método de digitalización que le
permitía tocar la guitarra a pesar de sus impedimentos y le dio ese estilo
personal característico utilizando solamente el índice y el dedo medio.
“El gitano de los dedos de oro” tenía un
swing insuperable, caracterizado por unos acordes increíblemente lógicos y
cargados de una originalidad extraordinaria. Su música tenía algo de magia y
atrapaba al público en un círculo melódico que comenzaba y acababa en sí mismo.
Pero no solamente como intérprete fue algo fuera de lo común, sino como líder
de un grupo musical, el “Quintette du Hot Club de France”, el cual duró unido
mucho más de lo que era normal por aquellos tiempos y regaló a sus
incondicionales del jazz muchos días de gloria.
Este grupo fue creado en 1934, junto con
su hermano Joseph, quien tocaba la guitarra rítmica y percusión; otro
guitarrista, Roger Chaput; el bajista Luis Vola, el violinista Grappalli y el
propio Django. Pronto Grappelli se convirtió en la otra estrella del grupo,
pues ambos llegaron a lograr una gran compenetración entre sus instrumentos y
estilos que escribieron páginas maravillosas del jazz. Tres años después ya
daban giras por toda Europa acompañados de instrumentistas americanos como el
saxo alto Benny Carter o el saxo tenor Coleman Hawkins.
Cuando se declaró la II Guerra Mundial
estaban actuando en Londres. Grappelli se quedó en Inglaterra, pero el resto
volvió a Francia con el peligro que suponía para ellos la persecución de
limpieza étnica que los iluminados nazis estaban sometiendo a Europa, sin
embargo tuvieron la suerte de dar con un alto funcionario de la invasora
Alemania aficionado al jazz y enamorado de la música de Django, quien les
protegió y les permitió seguir realizando su actividad, la cual,
paradójicamente, se convirtió en un símbolo cultural para la Resistencia
francesa.
Todo ello le dio a Django una aureola de
fama que él engrandecía todavía más a causa de su fanfarronería. Y gracias a
ello un buen día el gran Duke Ellington supo de su existencia y le hizo viajar
hasta los paradisíacos Estados Unidos de América donde Djiango y sus hombres
abrieron camino y dejaron su estela de seguidores.
Cuando Django Reinhardt falleció en la
aristocrática ciudad francesa de Fontainebleau, un 16 de mayo de 1953, a la temprana edad de
43 años, había compuesto la nada despreciable cantidad de 300 obras y había
creado su propia escuela de seguidores.
A continuación os
ofrecemos una pequeña muestra de algunas interpretaciones de este magnífico
intérprete y compositor, todas ellas acompañado de su grupo, el “Quintette du
Hot Club de France”, y en algunas compartiendo protagonismo con Stéphane Grappelli.
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